El soldado del ejército de la muerte, con la espada en alto, y con su presa acobardada a la espera del desplome, da la orden del fin de una batalla perdida y el comienzo de una batalla eterna. Comienza el caos.
Caminos serpenteantes repletos de lo que un día fueron cuerpos van alejándose de la oscura tiniebla, y acercándose a esa supernova de fuego rojo donde se origina la batalla.
El calor reinante no hace más agradable la caótica atmósfera que allí se respira. Los cadáveres semienterrados, desmembrados, y pestilentes son parte ya de la tierra que pisan los guerreros, y a veces se confunden con su propio enemigo.
Un ejército de esqueletos cadavéricos es el peor de los enemigos para un día triste en el que el fuego del cielo no desciende hasta la tierra porque las nubes de humo lo dispersa.
Ese ejército es el peor de los enemigos, un enemigo capaz de llevarte a la zozobra con su sola presencia siniestra. Porque ¿cómo matar a alguien que ya estaba muerto? ¿cómo vencer a esos rostros impasibles, sin miedo, y, sobre todo, sin remordimientos?.
Su afán, su meta, no es otro que aumentar su ejército, y para hacerlo nada mejor que acabar con el enemigo.
Una baja del enemigo es una alta en sus listas, dos lo mismo… y mil, el acabose.
Un rey moribundo espera lentamente su traición. En poco menos de unos minutos será uno más de las filas enemigas, y luchará contra los que dan su vida por defenderlo.
Fuego, humo, calor, hedor… Miedo.
Junto a él pasea el enemigo en su carro cargado de calaveras, tibias, espinas dorsales, y todo lo que pueda utilizarse para recomponer el ejército mermado. Su trabajo es cansino, aburrido – piensa mientras vibra al compás del paso del triste cuadrúpedo que lo acarrea. A su lado un antiguo presbítero recoge a quien puede ser su nuevo ayudante, y un médico trabaja concienzudamente sobre un herido. Quiere salvarlo porque no puede permitirse regalarle otro valeroso soldado a su enemigo.
Ante tanto miedo solo un iluso, un iluminado… ¡un insensato! Es capaz de alejarse de tanto miedo y cantar las gestas a su enamorada.
¿Para qué luchar? – canta tocando su clavicordio mientras besa con sus palabras a su enamorada – yo solo quiero hacer el amor. Para eso nací. Ya lucharé cuando muera.
No me queda otra. Mis maestros en el arte de la lucha se acercan peligrosamente. Llega mi fin. Te amé, te amo… te mataré.
ALBANO
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