«¿Y por qué no te la metes en un tarro de formol para tu otra vida?
Leído así puede resultar chocante, y más que nada soez, lo reconozco, pero es que no he encontrado otra manera mejor de empezar este relato. Es más, creo que no hay otra forma de hacerlo.
El pobre Mariano se quedó de piedra… No se lo esperaba.
Ese día se había despertado a las cinco de la mañana. No era normal que se despertara a esas horas, y más un hombre de costumbres que no se dormía hasta que Jose Ramón de la Morena no le diera las buenas noches al final de su programa, pero cuando pasaba no podía conciliar el sueño.
Siempre dormía a pierna suelta, y ni siquiera un terremoto – y no es una mera frase hecha ya que en una ocasión sucedió – sería capaz de alejarle de su placer favorito.
Pero, si por un casual, despertaba ya no podía volver a dormirse.
Lo que más jodía de todo el asunto era que al día siguiente era sábado, y era el único día de la semana que no tenía que levantarse a las siete y media.
Al despertarse junto a su esposa, con la que llevaba más de veinte años casado, bostezó.
Mirando la oscuridad que no era capaz de atravesar el cristal de la ventana intentó volver a quedarse dormido, pero ya supo, de antemano, que no sería tan fácil.
Aburrido, recordó aquella vez que Miriam sufrió de insomnio. La de veces que habían hecho el amor a esas horas en esa misma cama…»
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