AQUELLA MALDITA FRASE desvarío mental y relato corto

Hay una frase – tan tenebrosa como macabra – que acompaña mi sin vivir desde hace ya mucho tiempo… quizás demasiado.
Ya está tan dentro de mí que es como si fuera uno más de mis órganos vitales, y no exagero un ápice.
Esta frase se ha convertido en algo que, a pesar de que no me deja dormir, ni comer, ni apenas vivir, ya está tan adentro que la vida sin ella sería otra.
Es por eso por lo que quiero extirparla… Y ya… y ahora… si puede ser.
Seguramente quien la dejó escapar aquel día ceniciento en el cielo y en mi alma pensó que no llegaría lejos, ni que apenas alcanzaría otros oídos que los más cercanos, a los que pretendía hacer una extraña y macabra gracia.
Ese día, a pesar de estar llegando a su fin, e incluso de esas negras nubes que poblaban el cielo, era caluroso como los otros días de ese largo verano. El olor de los cipreses dibujaba aromas extraños, acarreadores de una extraña melancolía, difícil de percibir y, sobre todo, de catalogar, y todo ello hacía más oscuro aún el día que ninguno quisimos vivir.
Mientras el sepulturero adentraba la brillante caja de maderas barnizadas, y tapaba el nicho con ese yeso amarillento, nosotros reuníamos unas fuerzas que nos hicieran entender el momento que estábamos viviendo.
El silencio hizo que pudiera escuchar el aire ocultándose entre las ramas de los cipreses, y el revoloteo de alguna golondrina que llegaba.
Fue entonces cuando la frase viajó por entre las cabezas gachas, llegando hasta mí.
Fue entonces cuando toda mi falsa e impuesta compostura se desvaneció, haciéndome morir con ese día que nos abandonaba también para siempre.
En esa caja iba mi compañero de este juego que es la vida, ese sin el que nada tiene sentido, ese que tanto bien me hizo, sin él apenas saberlo, y sin yo saber agradecérselo.
Todos callábamos. Todos mirábamos hacia el nicho. Algunos lloraban ríos enteros. Otros, conseguíamos contener el dique  de nuestra cascada lagrimal.
-Y de ahí ya no saldrá nunca más – dijo una extraña voz, oculta entre la multitud, alejada de nosotros, como creyendo que no la oiríamos.
Sí que la oí. Y lo peor de todo es que aún, varios años después, la sigo oyendo…

… aquella maldita frase

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