Sófocles, a quien le gustaban mucho los chicos, viajaba con Pericles en una expedición marítima en la que ambos iban como generales. Y cuando el autor de Edipo rey ponderó con entusiasmo la belleza del muchacho, Pericles, que, en su vida privada tenía una moral de manga ancha, pero que, de cara a la galería ejercía de precursor de Santa María Goretti, le atajó sin contemplaciones: “—No sólo las manos, Sófocles, debe tener totalmente limpias un estratega. También debe tener limpios los ojos”.