No hacía frío pero yo estaba tiritando, como siempre me pasaba cuando salía del agua. Mamá, como siempre hacía, vino a recogerme a la orilla, me cobijó entre sus brazos, su pecho y esa toalla amarilla de Vicky el vikingo, y apartó todo el frío de mi cuerpo aún tembloroso y mojado.
Qué hermosos eran esos veranos en los que ella era mi mejor refugio. Entonces nada importaba… A su lado todos los miedos desaparecían. También los fríos.
Después, cogidos de la mano, subíamos por la arena, y yo la miraba siempre. Me gustaba mirarla mientras caminaba a mi lado, siempre delante. Ella siempre tuvo varios pasos. Uno más rápido, para seguir a papá, y otro lento y cansino, para esperarnos a nosotros. Y los dos los hizo suyos, olvidando el propio, ese que una vez le hizo caminar como ella misma imponía.
¿La suerte? Que treinta años después mamá sigue siendo ese refugio donde volvería a esconderme, sin pensarlo.
Si mis hijos pudieran pensar como yo ahora… Mejor no.
estoy contigo. Madre no hay más que una
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es bueno ver que aún hay valores que ni la pley station, ni la wi, ni nada de eso van a romper
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