Ya me imaginaba yo que terminaría pasando algo así, que te echarías atrás, y que dirías eso de “¿yo? Yo no dije nada de eso”… En el fondo me lo esperaba. Menos mal que tengo un testigo. ¿Verdad, Isa?
Gracias a mi buena memoria lo recuerdo todo perfectamente, como si estuviera reviviendo ese momento. En la cafetería estábamos los tres, tomando unas cervecitas y con muchas ganas de hablar y compartirnos. Nuestros trabajos nos impedían vernos con la asiduidad que nos gustaría, y ese día teníamos tan poco tiempo y tantas cosas que compartir que ninguno sabía bien por dónde empezar.
El momento era mágico, entre vosotras dos seguía existiendo esa conexión extraña, esa que con miraros a los ojos decía tanto, y yo me mantenía en un segundo plano esperando que alguna empezara a hablar.
Otro sorbo de cerveza más mientras el silencio seguía adueñándose del momento, miradas cómplices mezcladas con sonrisas nerviosas y pocas palabras…
Ninguno de los tres sabía muy bien qué decir porque los tres parecíamos encontrarnos mejor que la última vez que coincidimos. Al menos eso parecía.
-Bueno, Isa, ¿y tú qué tal? – preguntaste al fin – ¿cómo te va todo?
-fenomenal – contestó, arrebatándote tu coletilla, lo que nos hizo reír
– me alegro – dijiste tú, y ella comenzó a hablar, sonriendo y demostrando que lo que acababa de decir no era una simple frase, sino una realidad.
Realmente se le veía fenomenal, y los dos nos sentimos bien por ella.
Nuestra amiga siguió hablando, y tú preguntando… y yo, escuchando. Todo volvía a ser como aquella primera vez, y los miedos fueron desapareciendo, volviendo a ser ese trío de rubias peligrosas con el que un día nos bautizamos.
En poco tiempo empezamos a sentirnos mejor. Ella siguió hablando mientras nosotros escuchábamos, pero tú esperabas impaciente y nerviosa – se veía en tu mirada – como si quisieras contar algo que no podías, o que no te atrevías a compartir con nosotros.
El clima empezaba a dibujarse como queríamos, y nos sentíamos bien de nuevo.
¡Pero llegó ella!
No puedo decir que me cayera bien – ni mal. Esa mujer apareció de la nada, saludó amistosamente, cometimos el error de sonreírle, y se hizo dueña de nuestro ambiente.
Con su cerveza en mano se sentó junto a nosotros, comenzó a hablar, y a hablar, y a hablar más, y no dejó que nadie más lo hiciera. Ella monopolizó el escaso tiempo del que disponíamos, y nadie fue capaz de hacerla callar. ¡Maldita cortesía!
Cinco minutos después ella seguía hablando y nosotros escuchándola, mirándonos con complicidad, pidiendo que alguien le hiciera callar de una maldita vez.
Ella hablaba de hombres que había conocido, y que a nosotros no nos interesaba conocer; contaba chistes picantes que ya nos sabíamos pero que le reíamos -¡maldita cortesía! – y hablaba y hablaba, convirtiendo el trío en un número par.
Tú me mirabas sonriendo, pero en tu mirada no estaba la sonrisa forzada que dibujabas en tu boca. En tu mirada había algo más que no acertaba a descifrar pero que yo imaginé como odio.
En un momento que se levantó para ir a la barra lo dijiste. Lo recuerdo perfectamente.
-¡Dios mío, si pudiera la mataba! – dijiste, demostrando lo mal que te caía
– ¡pobre! – dijo Isa, sonriendo
-¿pobre? – dijiste tú – mira, se ha sentado en mi abrigo y mira como lo ha puesto… ¡yo, la mataba!
– tampoco es para tanto mujer
– ¿Que no? – dijiste de nuevo mientras, con tus manos, intentabas planchar el marchito abrigo de color marrón – en serio, si pudiera la mataba.
Las dos sonreísteis, incluso soltasteis una sonora carcajada. Ninguna os disteis cuenta de que yo no.
Y ella volvió, se sentó de nuevo en el sillón, y siguió con su discurso aburrido e insulso, creyéndose graciosa e importante por culpa de nuestra absurda educación y cortesía. Y siguió contando chistes malos y recordando anécdotas que solo importaban a ella hasta que el maldito reloj volvió a hacernos saber que nosotros no éramos los dueños de nuestro tiempo.
Cuando salimos vosotras os fuisteis juntas. Yo, sin saber por qué, la seguí.
Te juro que seguía hablando incluso sola. Sin duda esa mujer tenía muchas cosas que contarse a sí misma… ¡Pobre!
La seguí por la plaza, después por una de las pequeñas calles del pueblo, mientras la noche se iba fundiendo lentamente con mi estado de ánimo. Ella caminaba con paso ligero, como si supiera que alguien la estaba siguiendo, y yo la seguía silencioso, sin saber muy bien aún el porqué de lo que estaba haciendo.
Al principio pensé que esa mujer había despertado mi compasión, que necesitaba seguirla para saber dónde vivía, si estaba sola, o vete tú a saber qué.
Fue al llegar a aquel viejo callejón, cuando comprendí que allí nadie podría verme, cuando comprendí que no había sido la lástima la que me había hecho seguirla, sino la rabia.
Y fue entonces cuando vino a mí tu deseo, cuando vino a mí tu frase: “Si pudiera la mataba”
Y allí fui presa del extraño contraste entre mi ira y mi calma, y me dejé llevar por la primera, que siempre solía vencer en sus desiguales duelos. Y, observándola en su patético monólogo, llegaron a mí visiones dantescas y terroríficas con sus acentos místicos más desgarrados, convirtiendo el futuro inmediato en un cuadro violento en el que yo era verdugo, y ella víctima.
Y allí, a escasos dos metros de su espalda, saqué de mi abrigo un cuchillo que cogí del cafetín sin que nadie me viera, y sin que yo mismo lo supiera, comprendiendo que si tú no podías hacerlo yo sí que podía.
Es más, te lo debía… Todo por una amiga como tú, que se merece todo.
De todos modos, ¿quién iba a echar de menos a una mujer como ella? Nosotros, desde luego, no – pensé sonriendo mientras el cuchillo, aún manchado de mantequilla, se clavaba en su espalda primero, después en su cuello, y finalmente en su corazón. Ella intentó preguntarme porqué, y, curiosamente, en ese momento no le salían las palabras.
-Por una amiga – le contesté yo mientras volvía a clavar el cuchillo en su vientre, sonriendo ante la nula posibilidad de que volviera a molestarte nunca más.
Tú lo dijiste. “Si pudiera la mataba”.
Así que, querida, me debes una.
Y recuerda, tengo un testigo… ¿verdad Isa?
DEJA TU COMENTARIO (bueno o malo)