Los animales se morían de sed, las charcas estaban secas, los árboles no daban sombra porque no tenían hojas frescas… Muchas especies ya habían “dexistido”…
Por suerte, antes del final de todo, empezó a llover, y las últimas especies pudieron volver a “bibir” – ¿o era a “vever”? ¡Qué más daba! Del cielo cayó agua por doquier, como nunca antes había caído, llenando ríos, mojando lenguas, y bañando cuerpos deteriorados por el sol…
Podía decirse que la lluvia, ese día, no dio puntada sin hilo.