ESPOSAS (tercera y ¿última parte? del capítulo

¡Qué difícil sobreponerse a un golpe tan duro! Pero había que hacerlo… No quedaba otra.
Lucía seguía con la cara mojada por las lágrimas derramadas por un nuevo amor que se marchaba antes de empezar, como siempre le pasaba.
Vestida tan solo con el albornoz, y con el cuerpo aún mojado por el agua caliente de la ducha vaporosa, intentaba tranquilizarse antes de acudir a la policía y denunciar a ese hombre que tan hondo había llegado en tan pocas horas. Era curioso – en realidad para ella no – pero en esos momentos todos los sentimientos despertados por ese hombre eran aún más intensos y excitantes.
Mientras hacía la cama – eso siempre le ayudaba a relajar, además de no poder evitarlo por culpa de su obsesión por el orden y la limpieza – pensaba en lo que hacer. Ni ella misma podía creerlo, pero ese hombre era algo más que el sexo que habían compartido, mucho más que el físico que le había apasionado, y, sobre todo, mucho más que todas las ilusiones que aún mantenía puestas en él.
¿Estás loca, Luci? – se decía a sí misma, mientras pasaba el pequeño aspirador sobre la sábana de franela recién extendida sobre el colchón – ese hombre es el asesino al que todos llevan buscando durante tanto tiempo, ese al que la prensa llama el último romántico por su forma de actuar – antes y después del crimen – por su forma de engatusar y enamorar a mujeres desconocidas en tan pocas horas… Ese mismo personaje al que ella había estado admirando en secreto, y en silencio, y con el que había fantaseado en muchas de sus solitarias noches de invierno. ¡Si, incluso, había llegado a imaginar que era él cuando hacían el amor la noche anterior…!
-Tienes que denunciarlo. Tú eres la única que conoce su cara – se decía,  mirando esa cama que había compartido con él, ajena al peligro que podía estar corriendo su vida precisamente por ese motivo.
-Lucía – volvía a decirse – coge el cuchillo, llévalo a la policía y todo esto acabará. El último romántico habrá terminado para siempre, y con él todas sus víctimas… Pero, ¿es eso lo que quieres?
¿Era eso lo que ella quería? – se preguntaba una y otra vez, cogiendo el álbum de fotografías escondido donde guardaba todos los recortes relacionados con el caso del famoso “último romántico”- ¿quería realmente que detuvieran a ese hombre, al hombre que había dado ilusión a su vida en los últimos dos años?
Extrañamente emocionada abrió la tapa marrón del álbum y miró la primera fotografía. Era un viejo vagón de tren, vacío, y con una maleta situada en el suelo, al lado del asiento de madera.
Mirando los artículos observaba el modo de actuar de ese hombre al que ella había puesto cara al fin. Leyó el primer caso, el del viejo tren nocturno donde mató a aquella mujer recién divorciada en el baño de uno de los vagones donde antes habían hecho el amor. Según los informes esa mujer había muerto en pleno éxtasis, justo en el momento de su orgasmo. Leyéndolo recordó la primera vez que vio la noticia, y cómo estuvo pensando en ello toda la noche.
Sexo en un tren solitario, con un desconocido, cuando peor te encuentras en tu vida por acabar de dejar al marido que te engañaba con otra, y en el momento álgido del coito, sin sentir dolor alguno – solo placer – te matan violentamente.
Lucía no pudo dormir esa noche, pensando en esa mujer, imaginándose en su piel, y, sobre todo, imaginando el rostro y el cuerpo de ese hombre que, desde ese momento, pasó a convertirse en el héroe de sus fantasías más ocultas.
Desde aquel día ese hombre se convirtió en su obsesión – otra de muchas – y no había día en que no buscara en los periódicos alguna noticia relacionada con lo que  ella – y solo ella – sabía que se trataba de un asesino en serie.
Antes de ese asesinato hubo otro, que pasó inadvertido hasta para ella. Una mujer asesinada en su propio centro de belleza a manos de un cliente que nadie conocía. Un hombre hizo el amor con ella, incluso la embadurnó de crema, y después la mató de quince cuchilladas que atravesaron su precioso cuerpo, pero en ningún momento hubo otro tipo de violencia. Es más, esa mujer disfrutó de su encuentro carnal, por supuesto consentido, si no buscado.
También tenía todos los recortes del asesinato de Marina Sarmiento, una estudiante a la que mataron en su propio piso. La policía no relacionó el crimen porque fue tiempo después y a muchos kilómetros de distancia, pero ella supo desde el principio que había sido él.
Una mujer desconocida, solitaria, recientemente abandonada, y encontrada fortuitamente le invita a su casa a pasar la noche. Esa mujer muere también después de una noche de placer… También murió en pleno éxtasis, aunque a primera hora de la mañana. Fue ahí donde la policía empezó a atar cabos, gracias a ese inspector gallego que era el encargado de buscarle por todos lados… El inspector Barreiro.
También había recortes de aquella hermosa mujer, ex Miss-Levante venida a menos por culpa del alcohol, y que trabajaba en un hotel de camarera y vivía en una vieja y sucia pensión donde fue asesinada violentamente mientras hacía el amor.
Había un caso especial, diferente a todos, y fue el de la hermosísima mujer de aquel dueño de discoteca de aquel pueblecito madrileño. El último romántico había estado en la discoteca con ellos, había salido con ella, y la había matado en su propia casa, en su jardín mientras hacía el amor con ella. Había estado en la sala con su marido, con mucha más gente, pero nadie sabía quién era, ni siquiera cómo era.
Mirando y releyendo todos los recortes – los había de todos los periódicos y revistas – se imaginaba su caso, entre el de todas esas mujeres. Eso le hacía sentir extraña. Por un lado le gustaba verse así, a salvo, haber sido la única de todas esas mujeres que había conseguido escapar de él, de su lado oscuro, pero por otra se sentía frustrada… Podía decirse que Lucía era todo un mar de contradicciones.
¿La habría salvado porque la amaba de veras o habría sido simple suerte por aquellas esposas? ¿Habría habido un antes y un después, precisamente por su culpa? ¿Acabarían allí mismo las aventuras del último de sus héroes? ¿Era eso lo que ella quería? ¿Acaso no habría preferido haber sido como las demás? ¿Acaso no habría preferido acabar con él y detenerle, ser ella Holmes y él el propio Moriarty? ¿O no habría querido enamorarle de veras y hacerle abandonar por fin esa vena macabra y hacer que se dejara llevar por su romanticismo?
Luci – volvía a decirse – tienes que detenerle. Tienes que acabar con él… ¿O no? ¡Dios mío, ¿qué hago?!
Su mente le pedía a gritos que saliera de casa, que fuera a la comisaría más cercana y denunciara a ese tipo. En pocos días sería la mujer más famosa del país, la única superviviente a ese hombre enigmático… Pero, ¿era eso lo que quería? ¿Realmente quería ella que le detuvieran y acabaran allí las aventuras del hombre más interesante que había conocido en su vida y que, de paso, daba algo de aliciente a la misma?
Lucía, enamorada desde niña del cine de suspense y terror, adoraba a esos personajes siniestros y difíciles de atrapar. Eran sus héroes, sus mitos eróticos incluso, y ahora tenía la oportunidad de disfrutar de la mejor aventura de su vida.
Su otro yo – el del lado consciente – le dijo que tenía que hacer lo correcto, y eso no era otra cosa que denunciarlo y hacer que lo detuvieran por fin.
Decidiendo estaba la ropa que ponerse cuando el sonido del timbre la alertó. Asustada y emocionada corrió hasta la puerta y miró por la mirilla. Su corazón se detuvo allí mismo. Era él, que miraba al suelo y se resoplaba el flequillo como si fuera un joven de instituto.
No lo pensó dos veces y abrió la puerta. Ella era así de impulsiva.
Al verle no temió. Él le sonrió extrañamente tranquilo, pero en sus ojos vio que ya sabía que ella le había descubierto. Aun así Lucía no tuvo miedo… Ningún miedo.
-Creí que te habías marchado – dijo ella, mirándole emocionada y asustada
-¿has venido hace mucho? – preguntó él, algo nervioso
-no, en realidad acabo de llegar. Mira, me acabo de desnudar  – le mintió, lo que hizo que él se tranquilizara.
Ese hombre era mucho más hermoso de lo que recordaba, y antes de entrar, no dudó en besarlo apasionadamente, dejando que su albornoz se abriera, rozando sus senos dormidos con su camisa de cuadros.
El beso fue salvaje, carnoso, caliente, mojado y con sabor a café recién tomado. Él la besó apasionadamente, dejando su mochila en el suelo, y acariciando su trasero a través de la rugosa tela del albornoz rosa que llevaba.
Durante el beso ella no tuvo miedo. ¿Él?… No se sabe.
-¿Dónde has ido? – le preguntó – creí que te habías ido para siempre
-¿para siempre? – preguntó él sonriendo – ¿por qué iba a hacerlo?
– no sé… Como no te vi al llegar
– he salido a hacer unas cosas, pero ya he vuelto ¿quieres que me quede?
-¿quieres tú quedarte?
 – para eso he venido, pero antes de nada, deja que vaya al baño. ¡No puedo más! – dijo sonriendo, apretando su vejiga, y corriendo por el salón hacia su dormitorio.
-¿Quieres una cerveza? – le gritó desde la cocina, imaginándole observando el álbum de fotografías que había dejado abierto sobre la cama, cogiendo después su cuchillo del lavabo y guardándolo en su mochila.
Lucía estaba tan aterrada como excitada. Su albornoz estaba medio abierto, con el dibujo de sus turgentes senos asomando y amenazando con salir, y no hizo nada por ocultarlos. La excitación pudo con el miedo. ¡No podía dejarle escapar! Tenía que jugársela…
Cuando él llegó al salón ella le dio su cerveza. El gesto de su cara era diferente. Sin duda había visto el álbum de fotos, y eso le hizo dudar. En ese momento no parecía tan seguro como antes. Era como si esa mujer hubiera logrado descolocarle, como si le hubiera alterado algún circuito, y no sabía bien cómo actuar… Estaba nervioso.
-¿Te pasa algo? – le preguntó ella sonriendo, jugando con su albornoz
– no, no me pasa nada – dijo él, con la mirada menos firme
– te he echado mucho de menos – le dijo ella susurrándole al oído, besándole mientras le hablaba, y acariciando su brazo fornido mientras uno de sus senos ya estaba al alcance de ese hombre.
-Espera un segundo. Ahora vuelvo – le dijo, adentrándose en su habitación, cerrando la puerta y acercándose a la cama. Allí vio el álbum. No estaba por la página que ella lo había dejado, y sonrió. Él, como imaginaba, lo había visto. Después se acercó al baño. El cuchillo ya no estaba allí, como imaginaba. Se acercó a su armario, sacó una pequeña caja de zapatos y del interior sacó la pistola que su ex, un policía local, había dejado allí olvidada.
– Querido – se dijo acariciándola y escondiéndola bajo el colchón, a una altura prudente para poder cogerla con rapidez en caso de necesidad – hoy seré yo… O serás tú… Ya veremos quién vence en este macabro juego en el que me has metido.
 
 
Al volver al salón él bebía de la cerveza mientras ojeaba una vieja revista de cine. Ella se acercó, se sentó sobre sus rodillas, y empezó a besarle dulcemente mientras sus manos empezaban a desabrochar los botones de su camisa.
Estaba tan excitada como nerviosa y temerosa, y esa mezcla de sentimientos y pasiones no hizo sino excitarla más. Cada segundo que pasaba a su lado, observándolo y disfrutándolo se iba convirtiendo en una máquina generadora de placeres, capaz de mutar el miedo en excitación. Podría decirse que esa mujer estaba a mil por hora.
Los dedos de ese hombre no tardaron en posarse sobre sus senos despiertos y pletóricos, y dibujaron la aureola de sus pezones, haciéndolos más grandes y hacedores de un extraño placer que nunca antes había conocido ese cuerpo.
El miedo, unido a la excitación, era algo que siempre había deseado conocer, y nunca tendría una ocasión como esa. En ese duelo de amor se estaba jugando algo más que el deleite y el goce… Allí se estaban jugando a los puntos la propia vida… Los dos, aunque uno de ellos no lo supiera… O sí.
Él estaba extraño. Sus besos primeros no eran como los que recordaba. Habían perdido toda su fuerza, su energía, su potencia siempre vencedora. En ese momento eran extraños, igual de dulces, igual de húmedos y calientes, pero con miedo… El primer set había sido ganado por Lucía ya que había conseguido alejarlo de su papel de favorito, y lo tenía atenazado, e incluso domesticado.
-¿Estás bien? – le preguntó él, mirándola, mientras ella se despojaba por completo de aquel albornoz que tanto calor le daba
– estoy genial porque estoy contigo
-¿conmigo? Pero si no me conoces – dijo él, admirando su precioso y menudo cuerpo
– sí que te conozco… Más de lo que crees – dijo ella, sentándose sobre él, entregándole su blanquecina piel, el brote de sus senos y el manjar caliente de su boca
-¿estás segura de lo que estás haciendo? – preguntó él, cada vez más excitado
– sí, querido… Yo confío en ti – dijo ella, levantándose, cogiéndole de la mano, y llevándole hasta el dormitorio – nos parecemos mucho ¿sabes?
Él la siguió extrañamente emocionado.
En el dormitorio, totalmente desnuda, con la piel erizada por el frío aire posado en su piel, Lucía volvió a besarle, introduciendo la lengua en su boca con delicadeza, y cogiendo las manos de ese hombre y posándolas sobre su sedoso trasero.
Saber que estaba con él, con el hombre de sus sueños, hizo que todo fuera más excitante aún que el día anterior.  Quien estaba allí ya no era ese hombre mortal, atractivo y del que se había enamorado perdidamente… Ese hombre era un ser superior, alguien casi divino al que no podía renunciar – ni quería – y del que tenía que disfrutar hasta el último segundo. Lucía estaba disfrutando del sexo más hermoso con el hombre al que admiraba… Era como estar haciendo el amor con su actor favorito, y eso para una cinéfila empedernida y mitómana como era ella, era algo inexplicable. Ella, como fobómana que era, sentía que no había mayor deseo ni placer que el proporcionado por la propia idolatría, esa que sentía por él. Ya desde niña, el terror había sido para ella una auténtica adicción
Si ese era el momento en el que su vida tenía que finalizar, no tenía miedo… ¿Para qué temer una muerte hermosa si lo que le quedaba sin él era una vida sin alicientes?
Cada beso de ese hombre, cada roce de sus manos, y cada roce de su cuerpo – aún vestido – era como una nueva canción que nacía en su interior y que sonaba atronadora, como si su cuerpo fuera una ópera repleta de músicos subordinados a un director esquizofrénico.
Ella le desnudó, le besó todo su cuerpo, e imaginó ser todas y cada una de esas mujeres amadas por él… El miedo seguía sin aparecer. Todo era excitación… Más que eso… Todo era amor de verdad… De ese que no duele, salvo que te atrevas a renunciar a él.
Mientras recibía las suaves acometidas de ese hombre pintando del color del cielo comprendió a todas esas mujeres, y llegó a envidiarlas, sin saber porqué.
Ese hombre tenía algo en su mirada, y en su sonrisa, capaz de enamorar a cualquiera. Mirarle era algo turbador, dichoso… Era como saber que ese hombre iba a darte un placer desconocido, como estar ante el mejor de los amantes, y todo eso solo con mirarle a los ojos y recibir su tímida mirada. Su fuerza era tal que apenas sin decir nada ya te había conquistado, y ella se dejó llevar.
Por un momento olvidó la pistola, olvidó defenderse, e incluso olvidó vigilar aquella mochila cercana a la cama donde, sin duda, había guardado el cuchillo macabro.
Recibirle dentro le hizo gritar y llorar. Le besó, le pidió la boca, e hizo que la mirara. Quería que ese hombre viera sus lágrimas, que supiera que realmente le amaba como nunca nadie le amaría.
Al verla llorar, detuvo su empuje animal, siguió dentro de ella y la besó en la punta de la nariz, haciendo el amor lenta y suavemente, de una forma tan exquisita como placentera
-¿Por qué te detienes? –le preguntó ella, llorando, casi moqueando
-¿por qué lloras tú? – preguntó él, besándola de nuevo y acariciando sus caderas con la yema de sus dedos
-porque te quiero, porque quiero estar siempre contigo
-sabes que eso no puede ser… Eso es imposible
-¿por qué?
– querida, tú lo sabes – le dijo cambiando su mirada, mostrándole un deseo y una rabia contenida extraña, y comenzando a moverse más rápidamente hasta hacer el baile algo casi violento.
Los dos gritaban – ella más que él – y cerraba sus ojos. El placer era tan grande que el miedo desapareció. Sabía que ese hombre estaba llegando al punto más alto de su excitación, precisamente el más peligroso, pero todo era tan placentero que prefirió dejarse llevar y disfrutar… Algo le decía que nada le pasaría.
Ese hombre gritaba y gemía, cada vez con más fuerza, y su cuerpo lo notaba rígido y violento, proporcionándole un placer desconocido, y ella, muy excitada – quizás demasiado – decidió abrir los ojos.
Se aterró.
La cara de ese hombre no era la misma y parecía estar hablando con alguien, como si alguien estuviera hablándole a sus espaldas, subido a él. Él decía que no, y meneaba su cabeza a un lado y a otro, como intentando apartar a quien quisiera que fuese.
-¡No le hagas caso, querido, no le hagas caso! – gritó ella, haciendo que él abriera los ojos mientras los dos alcanzaban el ansiado orgasmo.
Entonces no quiso abrir los ojos. Pudo notar el arma de su amado en su interior y prefirió quedarse así, cubierta por ese hombre animal, sin abrir los ojos, recibiendo su aliento jadeante, sintiéndolo sobre ella, y esperar el fin…
 
CONTINUARÁ
 
todo el capítulo en word…………………….EL ÚLTIMO ROMÁNTIC cine 1Y2

21 comentarios

  1. No había alusiones en los otros capítulos sobre Lucía y el último romántico a que ella le conociera -no físicamente-sino por recortes de periódico y me ha hecho ver a Lucía de otra manera. Creo que no es un «héroe» para Lucía. Simplemente a Lucía le parece curioso que el tipo consume relaciones sexuales y luego mate a las víctimas. A Lucía le pueden el morbo y la curiosidad.
    Me gusta mucho el reencuentro.
    Es totalmente cinematográfico.
    No sé si será el último orgasmo de Lucía. Me temo que ya no puede huir.

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    • Existe la posibilidad de que sea Lucía quien dispare, y acabe con el último romántico, que para eso tiene la pistola de su ex el policía.
      O bien, que los dos se vayan muy lejos: a Delhi, o a Miami, y que disfruten, y así nunca sabríamos si la mató o no. Y nadie encontraría a este romántico.
      Caben muchas posibilidades, y falta al menos un capítulo.

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  2. Lola, como bien ha descrito Josa en el relato Lucia es una fobómana. Ella, como fobómana que era, sentía que no había mayor deseo ni placer que el proporcionado por la propia idolatría, esa que sentía por él. Ya desde niña, el terror había sido para ella una auténtica adicción
    Yo creo que la mata al final. Tiene que matarla

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  3. Pues fíjate tú que yo en la anterior entrega quería que la salvaras… pero ahora no estoy tan segura. Se lo merece por idiota. Hay que estar mal de la cabeza para que te «ponga» una situación así

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  4. MUY BUENO AMIGA BLANCAFLOR. YO TAMBIÉN LA MATABA YA. HAY QUE SER TONTA PERO ¿SABES? TENGO UNA AMIGA QUE SERIA PERFECTAMENTE LUCIA. LE VAN TODAS ESAS COSAS.
    ES DIFICIL DE CREER LA HISTORIA ¿VERDAD? AUN ASI ME HA GUSTAO EL GIRO QUE HA TOMADO LA COSA.
    JOSA, MÁTALA, POR DIOS, Y POR TONTA

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  5. espeluznante. esa mujer es una valiente. Ya está bien de criticar a las mujeres por nosotras mismas. Si esto lo hace un hombre se convierte en un héroe. Ese hombre era su ídolo, alguien a quien amaba en silencio por culpa de una vida triste o vete a saber qué. Lucía ole por lo que has hecho. Ojalá no la mate. ES más no la puede matar. Si la mata jo

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  6. esa mujer tiene que morir por tonta. Ella misma se lo ha buscado. Y no soy machista ni mucho menos. Todo lo contrario. ¿Cómo puede alguien desear que siga en libertad un hombre que no hace otra cosa que matar a mujeres por simple capricho? Creo que el autor de esto es tan machista como el propio protagonista es decir es un misógeno

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  7. La verdad es que muchas ganas de vivir no tiene, asume un riesgo muy alto solo por echar un polvo, y aquí no se trata de un embarazo no deseado, una venérea o el sida, sino la muerte instantánea. Lo de si es tonta o no por esa razón, ya va en la percepción de cada uno. A mí personalmente no me parece muy lista.
    Al menos las demás no sabían a qué se exponían, solo se dejaron llevar por ese momento de placer y luego el psicópata ese va y se las carga. Ahora, acudir volutariamente y de buena gana al matadero… Venga, que como no le importa morirse, mátala. Ea

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