¿Y de qué le servía a él estar en la playa todo el día si ese no era el agua donde él quería bañarse? El agua salada mas dulce estaba en el amplio mar de la espalda de ese rostro que tanto le gustaba ver, en las rocas escondidas de esas ingles donde tantas veces se imaginaba dormir, en las algas dormidas de esos senos de los que siempre querría beber, y en las cuevas subterráneas de la boca donde siempre quisiera entrar…
Y era, al hundir sus pies en la arena mojada de esa playa que era ella, cuando volvía a hacerse niño y se bañaba por primera vez, cuando todos los peces obedecían sus deseos, cuando podía hacerse uno más y vivir eternamente sumergido en el mejor de los mares imaginados… Y ese era el problema que tenía. Allí, frente a ese mar que le saciaba cuando niño, añoraba el otro, ese que necesitaba de mayor, ese que le había robado el rostro al mar de su infancia… A su mar.