Ella le había robado el mar, su más preciado momento en los momentos más bajos, su único refugio desde que se alejó de los brazos de mamá, y ese lugar donde nada más existía…
Desde que ella apareció en sus sueños (alguien dijo una vez que la vida es sueño) siempre se dibujaba su rostro sobre el hilo que desmadejaba la luna en la superficie del agua, siempre aparecía ella, con ese vestido de verde desnudez, esas manos danzadoras y esa sonrisa ya eterna.
Esa nueva “desgracia” trajo consigo una nueva y mejor suerte. La suerte nueva era que cuando se alejaba del mar (últimamente lo hacía mucho) podía recuperarlo tan solo mirándola a la cara.