LOS AMANTES. CAP 5: ENCUENTRO FORTUITO

Desde aquella famosa partida Javier no dejaba de mandar mensajes a Marga, de buscarla por el chat de Facebook e incluso de mandarle canciones que le gustaban. No se atrevía a decirle nada de lo que sentía por ella, pero sí que le dejaba caer que entre ellos había nacido algo especial… Algo que ella sabía peligroso.

También llevaba ya algún tiempo merodeando por su oficina. Sabía que ella salía todas las mañanas a las doce en punto e iba a la cafetería Lucky.  Siempre era puntual, y siempre seguía el mismo ritual.  Se sentaba, releía algún periódico mientras removía el café con la cucharilla hasta enfriar, y, después salía a la terracita y se fumaba su cigarro. Después volvía a la oficina.  Lo extraño era que ya habían pasado varios minutos del medio día y aún no salía. Ese día sería ella quien le sorprendiera.
– ¿Javier, eres tú? – oyó a su espalda, mientras espiaba la puerta de la oficina tras el quiosco de prensa. Eso le asustó, y le dejó bloqueado, sin saber reaccionar
– Hola, Marga – dijo finalmente, casi ahogándose en su insensatez
– ¿qué haces tú por aquí? – preguntó visiblemente nerviosa. La verdad es que, al verle, tentada estuvo de no decirle nada y darse la vuelta.  Cuando le vio allí escondido se llevó una sorpresa mayúscula, dándole un vuelco el corazón.
– Pues nada… de negocios – le dijo muy alterado también, sin atreverse siquiera a mirarle a los ojos – ¿dónde vas tú?
– Voy a la oficina. Es que vengo de tomarme mi café
– ¿tan pronto?
– sí, es que hoy he tenido que salir antes porque tengo una reunión
– ya decía yo… no te esperaba tan pronto
– ¿cómo dices?
– nada, nada… – volvió a decir, visiblemente más nervioso.
Durante varios segundos el silencio se hizo incómodo, y ambos recordaron aquel momento fatídico de hacía tan solo dos días cuando le descubrió mirándole el escote.
Desde entonces ninguno de los dos ha sido capaz de conciliar el sueño, pero ninguno se atrevía a decirlo. Ella quería irse de allí, correr a la oficina, pero no sabía cómo hacerlo. A él… él no sabía ni lo que quería en esos momentos.
– ¿Te apetece tomar un café conmigo? – le preguntó tembloroso
– ¿un café dices? – preguntó, nerviosa también, ella – no sé, no sé… es que tengo muchas cosas que hacer
– vale – contestó sin fuerzas para seguir luchando – te entiendo
– es que tengo mucho trabajo… en serio – dijo ella sin ningunas ganas de marcharse y deseando tomar ese café – no sé…
– venga mujer. No vamos a tardar nada. Además, me gustaría decirte una cosa importante
– ¿el qué quieres decirme? – sus nervios hablaban por ella, y fue ahí donde Javier comprendió que esa mujer sentía también algo
– tómate un café conmigo y te lo digo
– está bien, pero uno rápido, que tengo mucho trabajo. Además, podrían vernos – dijo muy seria, mirando a un lado y otro de la calle.
Fue ese nerviosismo el que terminó de delatarla. ¿Por qué tenía ella que temer que vieran juntos a dos amigos tomando un simple café?.
 
Hasta la cafetería fueron uno delante del otro. Ella caminaba con paso ligero, con miedo a ser descubierta en un pecado que aún no había cometido – y que estaba segura que no iba a cometer.  Él, tras ella, no podía dejar de mirarla mientras los nervios atenazaban su espíritu.
En la cafetería los nervios no desaparecieron, y los nervios del otro no hacían más que incrementar los propios. Los gestos casuales de Marga parecían encerrar todo un mundo de intenciones ocultas, y que le excitaban y asustaban más y más. Ver cómo rozaba su cara con la punta de los dedos, su rodilla, o simplemente ver cómo se acariciaba su propia muñeca, parecía una invitación para abordarla.
Todo en ella era sensualidad, y cada gesto era recibido como un acto de invitación para el abordaje. Pero él no era un pirata… aunque lo pareciera. Javier pensaba en todo y cuanto quería decirle. Sabía que el momento, por fin, había llegado, pero tenía que hacerlo con tino. ¿Y si esa mujer no sentía lo mismo? ¿Y si todo había sido un malentendido por parte de su excitada imaginación?.  Allí no había margen para el error. No podía meter la pata en algo tan importante… Por ella, por él, y por los otros.
Pero allí la tenía… tan suya, tan fácil, y tan terrestre, que tenía que actuar sin más dilación.
Para él era el momento propicio. Nunca más la encontraría en una situación tan perfecta… y los nervios de Marga no hacían mas que facilitar el camino.
Esa mujer estaba tan nerviosa y excitada como él mismo. Besarla, acariciarla, incluso decirle que la amaba, ya no era una fantasía o un sueño feliz como lo era anteriormente. En esos momentos, esa fantasía, lejos de agradarle y excitarle, le hacía sufrir como nunca pensó que podría suceder, y le estrujaba y marchitaba el alma.
Javier ya no deseaba seguir fantaseando en torno a ella. Lo que de verdad necesitaba era hablarle sin miedo, besar cada parte de su cuerpo, acariciar su celestial piel, y caminar a través de su vida, y hacerla sólo suya.  Estar con ella ya no era un placer en sí como antes. En esos momentos también sufría teniéndola tan cerca sin posibilidad de disfrutarla.
La partida de ajedrez que jugaron en su casa no fue un juego en sí, al menos para él. Ese tablero se había convertido en una cama, y todas las piezas, firmes y erguidas, eran ellos dos.  Era una lucha de sexos en la que ambos tenían que ganar… y en el que ambos tenían derecho a disfrutar de igual modo.
– Venga Javier, hazlo – se decía a sí mismo – dile que la amas y que la deseas. Dile todo lo que pasa por tu cabeza, y no tengas miedo a nada.
– ¿Pero qué le digo? – se preguntaba, de nuevo asustado, porque sus nervios le impedían encontrar las palabras necesarias.
– ¿Le digo que mi amor es algo que nunca podrá tener igual? – se preguntaba, recordando el modo en que se declaró a Esther hacía ya muchos años, mientras movía torpemente una pieza
– no, eso es demasiado cursi.
– ¿Y si me acerco más a ella y le digo simplemente: mira Mari, estoy enamorado de ti, ¿qué tal si nos vamos a un hotel y nos damos un soberano revolcón? – su propia desesperación le hacía decir tonterías que no podía controlar.
Su cabeza giraba y giraba, alejando su pensamiento de la racionalidad, y su cuerpo se retorcía mientras bailaba un extraño bolero, cálido y sensual.
Ella le miraba muy seria. En realidad no le miraba. Se dedicaba a dar vueltas a la cucharilla sobre el café negro, cada vez con más energía, dejando que gotitas mancharan el platito y el papel del azucarillo. El café, caído por el borde de la taza sobre el plato, unido a los restos de azúcar, y al papel del azucarillo mezclado con una servilleta, hacían todo muy sucio y desordenado. Casi caótico. Así se sentía él.
Javier seguía sin encontrar las palabras que utilizar, y tenía tanto miedo a su reacción que quería salir corriendo.
Su mente daba vueltas, y su pensamiento se detuvo en esa canción que sonaba de fondo… “Si el camino fuera suave, si no hubiera que correr…” Siempre le gustó esa canción.
Más tranquilo – o eso parecía desde fuera – se levantó. Se disculpó, y se dirigió al baño. Ella le miró por fin. Caminaba erguido, con ese cuerpo atlético que poseía, y a pesar de su traje podía casi disfrutarle carnalmente.
– ¡Dios mío! – se decía empezando a soltar una lágrima de rabia, y deseando reunir fuerzas para marcharse de allí – ¿qué me está pasando?… le deseo como jamás deseé a nadie. Pero no puede ser… Mientras ella desvariaba mentalmente, él caminaba con paso firme, intentando parecer más atractivo a los ojos de esa enigmática mujer que tan desorientado le tenía.
Todo el porte de Javier desapareció al entrar al baño. El fuerte olor a orín le terminó de marear. Apoyándose en el lavabo y mirándose al espejo, volvió a verse como un ser insignificante.
– ¡Joder, Javivi… ¿a qué estás jugando?.
Agua sobre la nuca.
Cuando volvió a la mesa ella ya se había bebido su tercer café de la mañana, y cada uno de sus pensamientos parecía tan fuerte que creía que él podría escucharlos.
– ¡Camarero, por favor – gritó – otro café solo!
– ¿estás bien? – le preguntó al verla tan nerviosa
– pues sí… o no… no lo sé
– relájate mujer – dijo él, también con la voz temblorosa
– no puedo Javier, no puedo
– ¿por qué?
– no sé… hoy me he levantado así. No me hagas mucho caso.
De nuevo el silencio volvió a llenar ese habitáculo donde estaban sentados. Por suerte había tanta gente en la cafetería que pasaban totalmente desapercibidos. Aun así ella tenía la sensación de que alguien les espiaba.
– ¿Tienes ganas de irte? – le preguntó de nuevo Javier
– no lo sé… ¿Y tú?
– para nada – sonrió, haciéndola sonreír a ella
– ¿y qué me ibas a decir? – le volvió a preguntar, devolviendo su mirada al café ya bebido
– no sé si decírtelo. A lo mejor es mejor dejarlo para otro día – dijo sonriente mientras la miraba con ojos que no ven, intentando buscar las palabras necesarias para hacer que se lo pusiera fácil.
– A ti te sucede algo conmigo, ¿verdad? – preguntó Marga sorprendiéndose a sí misma por su osadía
– no, no me pasa nada… – hizo una pausa para alejar el humo de su boca.
Los dos, el uno frente al otro, continuaron saboreando sus cigarros.  Marga perdía su mirada en el techo, y Javier miraba cada parte de su silueta, prestando mayor atención a esos senos dibujados a través del elegante traje que vestía, mientras imaginaba mil y una situaciones diferentes.
– ¿No te has sentido nunca extraño contigo mismo? – sus palabras sonaron tristes y melancólicas
– no sé a qué te refieres – dijo con tono infantil, enfrentándose por fin a su mirada, intentando hacerle más fácil el trabajo
– ni yo… ese es el problema
– ¿te pasa algo con Esther?
– no, Esther no tiene nada que ver en esto. O sí… no sé. No te lo tomes a mal. Lo que quiero decir es que no puedes entenderme
– ¿Y cómo te sientes? – preguntó tímidamente esperando su respuesta, sin confianza
– ¿que cómo me siento? – le dijo perdiendo la mirada en el sucio techo lleno de humos – ese es el problema, que no sé cómo me siento.
– a mí me pasa igual…
– ¿qué es lo que te pasa? – preguntó él, intentando devolver la pelota a su tejado, y hacer así que fuera ella quien hablara
– no lo sé… estoy rara… ya te digo
– Últimamente me encuentro vacío – decía con la mirada perdida en la ventana del local – no sé qué es lo que me pasa pero no me siento feliz. A veces me siento alejado de mi vida. No sé cómo explicarlo.
– mira Javier – le dijo ella mirándole por primera vez a los ojos, e intentando detener algo que podría no tener marcha atrás – creo que sería mejor que lo dejáramos ya
– ¿Te preguntarás por qué dice éste tantas tonterías? – le dijo mirándole seriamente, mientras la observaba  – es que últimamente no me siento feliz en ningún sitio…
– yo también estoy algo rara. Supongo que será algo normal
– ya me he dado cuenta
– ¿de qué? – preguntó ella nerviosa, tanto que tiró el nuevo café que el camarero le ha puesto sobre la mesa
– tranquilízate mujer – le dijo él sonriendo maliciosamente
– no puedo tranquilizarme, Javier – le dijo ella, muy seria, limpiando los restos de café sobre la mesa con ayuda de unas servilletas de papel.
Su estado de ánimo empezaba a apoderarse de ella, y Marga, cuando estaba nerviosa, solía sacar a relucir su estupidez
-¿me quieres decir lo que sea ya?… ¿no ves que me va a dar un ataque?
– pero si ya lo sabes…
– ¡¿el qué sé?! – preguntó enojada, casi fuera de sí
– lo que siento por ti.
Fue en ese momento cuando su mundo terminó de derrumbarse por completo. En su estómago hubo una gran explosión, puede que hasta termonuclear.
Eran miles de serpientes que se dirigían por toda su anatomía, otorgándole un cosquilleo y un placer extraño y que no podía controlar.  En su cabeza, en cambio, había miedo, caos, oscuridad… A pesar de saberlo ya – o al menos de tenerlo casi claro – oírlo de su voz hizo que se volviera loca de alegría y de estupor.
-Dios mío, me ama – dijo, sintiéndose como esa colegiala a punto de descubrir los primeros frescores primaverales del amor.
– Dios mío, es lo que me temía – volvía a pensar, abatida por un dolor punzante, provocado por ese extraño sentimiento de culpabilidad.
Los dos se miraban. Por primera vez creyeron alejar el pudor que les acompañó durante toda la mañana, y llegaron a sentirse desnudos allí, sin nadie que les prohibiera ese beso que ambos necesitaban para calmar su sed.
Ninguno se atrevía a sonreír. No podían permitírselo en un momento como ese, y prefirieron mirarse sin más.
– ¿Le pongo otro café? – intervino el camarero, presto a limpiar la mesa
– ¡nooooooo! – gritaron ambos, haciendo que el pobre hombre se retirara avergonzado.
Siguieron mirándose. Silencio.
– ¿Y qué es lo que sientes por mí? – preguntó ella
– creo que te amo – dijo él muy serio, paseando uno de sus dedos por la mano extendida sobre la mesa
– no digas eso – dijo ella apartando la mano
– es la verdad. No sé si es amor, o es deseo, pero no dejo de pensar en ti.  Y tú también en mí, ¿verdad?
– yo amo a Carlos. Y tú a Esther. Estás confundiendo amor con las ganas de echar un polvo
– no es eso, créeme. Ojalá fuera sólo eso. Es algo más, y tú lo sabes
– ¿yo qué voy a saber? – preguntó ella ofendida, incapaz de entender lo que le estaba pasando – será mejor que me vaya
– no te vayas, por favor
– adiós. Y no te preocupes. Nadie se va a enterar de esto.
Marga, muy seria, sin decir nada más, se aleja de la cafetería. Él, a través del cristal, la mira cruzando la calle. No puede dejar de recrearse en esas preciosas piernas que sabe que ya son suyas.
Ella va llorando. No se explica cómo puede haber pasado. En realidad lo que se reprocha es haber dado lugar a que suceda. En el fondo piensa que todo ha pasado por culpa suya.
En tan poco tiempo no se puede amar así a alguien. Lucha y llora. Lucha por volver a su oficina. Llora porque lo que realmente quiere es volver a esa cafetería y decirle que sí, que le ama también y que no puede dejar de pensar en él desde esa maldita partida de ajedrez.
Fue ahí donde millones de respuestas fueron contestadas por fin sin necesidad de formular pregunta alguna. No había escapatoria. Ambos lo sabían… por eso ese miedo.
De no haber estado en el centro de la calle en la mitad de un día allí mismo habrían apagado esos fuegos que quemaban sus ropas.
Y así empezó todo. Un primer encuentro tan esperado como maravilloso. 
 
 
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8 comentarios

  1. Ella caminaba con paso ligero, con miedo a ser descubierta en «un pecado que aún no había cometido».
    Marga ya sabe que su amistad ha tomado otro camino y lo que antes podia ser normal ahora le preocupa «además podrian vernos juntos».
    Que manera de dar pie a cometer un error, pues en este juego te pueses quemar.
    A Marga le gusta este juego, pero no quiere por otro lado mandar a tomar viento su matrimonio,su amistad con la amiga…aunque sus nuevos sentimientos que han despertado hacia Javier son tan fuertes como los sentimientos de Javier hacia ella. Los principios son muy bonitos,lo prohibido,el pecado, el secreto de dos amantes, la confusión de los sentimientos todo esto es como un bumerang, y Marga ha elegido jugar al riesgo así que quiero más y pensar que tengo que esperar pues ahora a escuchar a Revolver que también me gusta pues las letras de sus canciones se acercan tanto a la realidad.

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  2. si yo fuera Marga
    qué haria?
    no lo se. Mejor dejarse llevar. siempre pense que no seria infiel a mi ex y el muy cerdo.se acostaba con todas las de su equipo

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