LOS AMANTES: CAP 7: DIA DE PLAYA

Ya habían pasado dos semanas desde aquel encuentro fortuito que había cambiado la vida de todos, aunque dos de ellos ni siquiera lo supieran. Javier y Esther, después de mucho tiempo sin estar a solas, decidieron pasar el primer día de playa del verano. Estar a solas les haría bien a ambos pues hacía ya mucho tiempo que sus respectivos trabajos les mantenían muy alejados. Mientras Esther leía un libro y escuchaba música en su ipod, Javier se perdió por ese limpio y exquisito Mediterráneo, observando esos fondos de roca que tan bien conocía y que tanto le gustaba inspeccionar con esas gafas de buceo que, por cierto, le habían regalado Carlos y Marga en su cumpleaños.
El agua estaba tibia, cristalina, y numerosos peces acompañaron su nadar. Una vez más volvió a disfrutar como cuando era joven y todo su mundo, al igual que sus primitivos anhelos, se encontraban en el submarinismo. Su sorpresa llegó cuando salió del agua y se encontró, tumbados junto a Esther, a Carlos y a Marga.
Una sensación de extraño desasosiego invadió su cuerpo. Las gafas se le escurrieron entre los dedos, y sintió que las fuerzas le abandonaban, haciéndole casi caer al suelo. Marga y su escultural cuerpo descansaban junto a Esther. Llevaba un biquini blanco, resaltando el bronceado que ya tenía su húmeda piel, y dibujaba una silueta difícil de dejar de mirar. Intentando apartar la mirada de su cuerpo observó cómo varios vecinos de playa no podían hacer como él, y la devoraban literalmente.
No supo reaccionar. No se atrevía a mirarla por miedo a descubrir unos aterradores sentimientos que le empezaban a volver loco y que sabía que no conseguía aún dominar. Era tan hermosa que dolía a la vista. Y cada día dolía más… Ella, que le observaba detrás de las gafas, ya lo sabía, y jugaba con ello. Oculto tras sus gafas de sol observó cada parte de ese cuerpo que ya pronto le pertenecería.
Esther, robando miradas de los furtivos mirones que vigilaban a su amiga, se deshizo del sujetador del biquini mostrando sus preciosas tetas. Los hombres allí congregados no pudieron mas que sucumbir ante el magnetismo de su peso y forma. Las mujeres, aunque con envidia, también. Esther estaba en su salsa, feliz… Si había algo que gustaba a Esther era que la miraran.
Después pidió a Javier que le untara crema sobre su reseca piel, castigada por un sol que caía sobre ellos con mucha fuerza. Javier, sentado sobre las piernas de Esther, derramó la crema blanca sobre su espalda, perdiendo el líquido viscoso sobre su piel aún blanquecina mientras miraba a Marga, tumbada a su lado. A pesar mantenerse oculta tras la oscuridad de las gafas el brillo del sol hizo que pudiera ver los ojos con claridad.  No le quitaba ojo, y miraba disimuladamente su torso y su cuerpo. Eso le emocionó tanto como le descompuso.
– ¿Quieres que Javier te eche crema, Marga? – preguntó Esther, dejando a ambos descolocados, y sin saber qué decir
– ¿qué? – contestó una Marga, un tanto desorientada
– Venga Javier, échale crema a Marga. Aprovecha ahora que Carlos no está y no se pondrá celoso.
Además, chica – le dijo a su amiga – tiene unas manos que son una auténtica delicia… Ya lo verás
– no sé – Marga seguía aún descolocada, como el propio Javier
– venga hombre, échale crema a mi amiga – le dijo Esther, dándole la crema, mientras cogía sus auriculares y buscaba sus canciones favoritas.
 
Sin mediar palabra alguna Marga se giró colocando su cara sobre la toalla roja con el escudo del equipo de la ciudad. Con sus manos temblorosas desabrochó el sujetador dejando su espalda libre. Sus turgentes senos se aplastaron sobre la toalla. Era toda suya por fin.
Fue cuando Esther se dejó caer sobre su toalla mirando para otro lado, cuando ambos se sintieron mejor, y dispuestos para el masaje. Javier se sonrojó de nuevo.  Hacía mucho tiempo que no le pasaba, pero volvía a no dominar todas las partes de su anatomía. Marga estaba tumbada, casi desnuda, ante él, tal y como había estado soñando las últimas semanas… Mirando ese precioso cuerpo sólo quería dejarse llevar, dar libertad a sus manos, y que fueran ellas quienes hablaran… que fueran ellas quienes le hicieran el amor sin hacer parada alguna hasta conseguir llevarla al goce máximo.
Allí, sobre ese lecho de carne dejaría de pensar, y olvidaría quienes eran, si es que eran… porque él, allí, sentía que era sin ser…
Mientras sus manos paseaban por su cuerpo sonaba una canción que le trajo bonitos recuerdos de su juventud.
-¿Cómo se llamaba este tío? – preguntó Esther, aún tumbada, ajena al masaje
– Terence Trent D´arby – contestó Javier, masajeando con más fuerza
– ¡Dance Little sister… – canturrearon los tres – don´t give up today, hang on till tomorrow don´t give up your stay… Tuturururuuuuuuuuu
Su pelo recogido sobre una cola enseñaba un cuello sedoso y que besaría encantado. Su espalda era plana, rota su planicie por dos paletillas sobresalidas, un costado de seda y huesos, y una espina que se dibujaba para perderse bajo una braga blanca incapaz de ocultar esos mofletes redondeados bajo los cuales nacían sus muslos y piernas. Javier, con cuidado, se puso de rodillas a su lado y dejó caer la crema sobre su espalda. El dibujo era inmenso. Sus manos se deslizaron rápidamente por entre la crema, tímidamente, pero sus ojos se perdían en el dibujo de esos dos senos apretados contra el suelo.
Ella no se atrevía a mirarle. Lentamente la crema cayó sobre su piel, y Javier comenzó a aplicar el amasamiento con ayuda de toda la mano, cogiendo y estrujando cada parta de su cuerpo por donde extendía la crema. Ella, al recibir el primer contacto de sus dedos, se estremeció. Tanto que no pudo pasar desapercibido para Javier, que intentaba poner en orden unas ideas que iban y venían, desconcertándole más.
Estar con ella era como estar sin ella, y todo por culpa de ese amor que él creyó imposible, pero que empezaba a desenredarse y a verse con menor oscuridad.
Con ayuda de las dos manos, dibujó letras imaginarias en esa espalda a la que tenía tanto que decir. Con claridad escribió un “te deseo”, y ella pareció entenderlo.
– No podía ser – pensó aún convulsionada por ese maravilloso contacto. Alternando continuamente la labor de presionar y soltar, siempre con sumo cuidado de no lastimar su piel, ni sus músculos, la hizo disfrutar de ese secreto que Esther había compartido siempre con ella. – Las manos de Javier son mágicas – le decía siempre su amiga.
Con Javier sentado sobre sus muslos ella podía sentir toda su fuerza, notando perfectamente el aumento de su flujo sanguíneo y el propio despegue de las diferentes capas de su piel. Con ayuda de las yemas de sus dedos Javier iba dibujando pequeños círculos en diferentes sentidos, y fue ahí donde el placer empezó a dejar de ser meramente físico. Cuando giraba los dedos hacia la derecha podía notar como se difuminaban las pequeñas molestias, y cuando lo hacía hacia la izquierda notaba cómo tonificaban.
– ¡Dios! – exclamó sin apenas poder controlarlo. Se sonrojó.  Javier sonrió y se emocionó.
Sus manos eran rodillos circulantes ejerciendo una ligera aspiración sobre la piel, y poco a poco fueron adentrándose en zonas delicadas con dermis fina como la cara interna de los muslos.
Suave y homogéneamente sus dedos siguieron dibujando extrañas gráficas sobre su baja espalda, paseando también por su costado desnudo, lo que hizo que Marga se ruborizara porque el cosquilleo que tenía en el cuerpo ya no era solo físico. Iba más allá.
– Ya está bien – dijo muy seria, colocándose el sujetador, levantándose y corriendo hasta el agua.
Javier no dejó de mirarla mientras caminaba hasta el agua. Ella nadó, y tampoco podía dejar de mirarle desde el agua. Para tranquilizarse prefirió esconderse tras unas rocas.
Allí, apoyada y descansando, notó la fuerza de su respiración, cómo se le hinchaban los pechos, y cómo sentía un extraño latigazo en su vientre… de excitación.
– ¿Qué te está pasando Marga? – se preguntaba temblando – tienes que olvidar todo lo que estás pensando. Es el marido de tu amiga… de tu mejor amiga.
Para su sorpresa unas manos conocidas acariciaron su espalda desde atrás. Javier había nadado hasta ella y no le había escuchado. No sabía qué hacer. Sentía tanto miedo como excitación… y prefirió no darse la vuelta para no romper el maravilloso momento.
Las manos acariciaban su espalda, en silencio, y ella luchaba contra su deseo de alejarse de allí, y contra el de girarse y dejar que le besara y le hiciera el amor allí mismo. La excitación era tal que podía notar como el agua cambiaba de temperatura a su alrededor. Fue cuando sintió sus labios sobre su espalda cuando se sintió morir. Ella seguía con los ojos cerrados, temerosa, excitada como nunca…
– ¿Qué haces aquí guapa? ¿me estabas buscando?
– sí – dijo más asustada aún, incluso algo defraudada.
Por suerte – o por desgracia – ese su amante que había nadado hasta ella no era el principesco marido de su amiga.
– ¿Volvemos a la orilla?
– Carlos… – intentó convencerle para que se quedara un poquito y calmara sus extraños nervios
– ¿qué? – preguntó inocentemente, no esperando que su esposa, esa mujer fría y casi asexuada, estuviera dispuesta a jugar con él en un sitio como ese
– nada… nada…
y, para su desgracia, eso hicieron. Nadar.

10 respuestas a “LOS AMANTES: CAP 7: DIA DE PLAYA”

  1. no me dejes asi. Quiero mas mas

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  2. esta historia me asusta. Joder, es una pasada cabronazo

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  3. que historia mas sensual

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  4. esa marga como mola…
    pero ese nombre

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  5. en esa playa pasó algo mas. Estoy segura. Tio estoy enganchada y disfruto. Me siento Marga.

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  6. marga tiene que vivir esa experiencia

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  7. Mª Jose Castro Sanchez

    Pero en que piensa Esther. Va y le dice al marido que le ponnga cremita a la amiga. Vamos jamas le dire yo a mí marido que le ponga cremita a una mujer que no sea yo. Como yo tampoco me voy a dejar poner cremita ni por el mejor amigo de la familia. Jolines pero si eso es tener ganas de que te pongan los cuernos. Pareceré muy antiguada pero lo mio es mio y de nadie más no lo comparto con nadie y menos ser yo la lo que invite a tocar delante de mis narizes el cuerpo de otra mujer.

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  8. ya mismo llego con vosotros. Hoy me he leído los siete capítulos gracias a una buena amiga que me ha recomendado esta historia. Está muy bien y a este ritmo mañana estoy con vosotros. ¿Podrías parar un poco si me disculpan los demás? me gustaría seguirla con todos y esperar mi capítulo

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  9. Que gracia tiene Belen. En esta vida la palabra esperar no existe la triste realidad es la palabra «corre,corre». Así que lo siento o corres o seguiras atras pues las historia continua día tras día

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  10. No puedo parar de leer pero tengo q dormir.

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