LOS AMANTES: CAP 17: RESACAS

Sin JUMarga despertó a las nueve de la mañana por culpa de un sueño tan real como todo lo que había sucedido el día anterior. Excitada y resacosa consiguió que sus ojos se cerraran de nuevo.
Después se alejaron de su cara, salieron por la ventana, y volaron hasta llegar a la casa de Javier. Allí se quedaron un buen rato, observando su desnudez. Y si no lloró al recordar todo fue, precisamente, porque sus ojos la habían abandonado. Aún sin atreverse a pedirles que volvieran, recordó la tarde que habían pasado en ese piso, haciendo el amor, besándose cada pocos segundos, y saciando una sed que volvía a aparecer.
Un terrible dolor de cabeza le hizo atraer sus ojos de nuevo.
Incorporándose, y viéndose sola en la cama,  recordó también lo intensa que había sido la noche, y lo excitante, sobre todo. Estaba tan guapo que casi dolía a los ojos. Y, además… ¡Qué locura la del baño! – pensó levantándose, acercándose al baño y abriendo el grifo de la ducha.
Con lentitud se quitó el camisón y la ropa interior y se miró en el espejo. Se volvió a ver guapa… y era gracias a Javier. Acariciando su cuello, observando sus pechos y su vientre corvo, sonrió sin saber porqué.
Después se metió bajo el agua, y allí permaneció muchos minutos… quizás demasiados. Las resacas le hacían despertar distinta, juguetona, apasionada… ¡Lástima que Carlos estuviera en la oficina! – pensó. 
Los ojos de Marga despertaron también a Javier, que despertó bajo los efectos de demasiada bebida. La noche había sido larga, intensa y regada con mucho alcohol. A su lado descansaba ese cuerpo desnudo que tan bien conocía, y que volvía a desear después de mucho tiempo.
Apartó la fina sábana de su cuerpo y pudo verla en su magnitud. No tenía el cuerpo de Marga, pero siempre le gustaron esos senos redondos y turgentes, sus caderas, y, sobre todo, esas piernas perfectamente contorneadas y siempre limpias de vello. Además, ese era el cuerpo con el que había dormido acurrucado, siempre desnudos, desde hacía ya muchos años. No había cosa que le gustara más que despertar a su lado, acariciarla, besar su espalda, y pasear sus dedos por la redondez de sus turgencias. Pero últimamente, a pesar de acariciarla como antes, sus ojos se cerraban y no era suya la imagen que pintaban bajo el lienzo de sus párpados cerrados. Una pequeña resaca siempre acarreaba dolores de cabeza y molestias varias, pero también conllevaba una sesión de sexo salvaje de la que no pensaba huir. Además, nadie como Esther para hacer el amor cuando tenían ambos resaca… ¡Ni Marga!. Ese día se alejaría del país de los sueños frescos y viajaría hacia el encuentro de besos antiguos, siguiendo la senda de la obligación y del deber. Y ese viaje no tenía porqué estar reñido con la pasión… Nunca lo estuvo. Él sabia – Marga no podía decir lo mismo – que su esposa, si se lo proponía, podía alejarle de la marea que le arrastraba hacia ella solo con proponérselo. El aún era capaz de flotar sobre la húmeda piel de Esther, y disfrutar de unos besos que no eran amargos, aunque ya fueran compartidos con otra mujer.
Era cuando terminaban sus duelos amorosos, cuando se alejaba del cuerpo de su mujer, y se despegaba de sus labios carnosos para permanecer desnudo y sudoroso sobre las calientes sábanas, cuando despertaba de nuevo entre aguas agitadas y con olas capaces de ahogarle. Y es ahí, encendiendo un cigarro que compartía un día con ella y otro con la otra ella, cuando deseaba izar las velas de su barco y poner rumbo hacia Marga.
Curiosamente cuando terminaba sus duelos con Marga las velas permanecían siempre plegadas… y sin ganas de ser izadas. Marga era una tormenta que creía dominar, pero las tormentas siempre habían sido traicioneras e imposibles de controlar. Aun así no temía. Él quería a Esther por encima de todas las cosas. A pesar de Marga. De eso estaba seguro. Él la amaba también, al igual que la deseaba, y sabía que siempre se sentiría unido a ella.
Pero Marga había desbocado los caballos de una juventud que parecía dormida en su establo. Y Javier quería seguir sintiéndose vivo, y joven… y amar. Además, ese idilio era algo que, como pocos, él necesitaba.
Tumbado en la cama, inhalando del cigarro, y observando las figuras de humo que se dibujaban en el aire, dejó que el timón siguiera girando y girando, sin ningún rumbo. Se sentía bien en el mar, viajando sin rumbo, dejándose llevar por la marea… pero también necesitaba volver a la costa.
Pensando estaba en Marga cuando la pierna de Esther se subió sobre la suya. De nuevo se había quedado dormida, y ronroneaba sonriente.
Javier la miró, apartó el cabello de su cara, y volvió a alejar las sábanas que les cubrían. En el pensamiento de Javier una nueva urgencia de sentir.
A muchos metros de allí, en la ducha de Marga… necesidad. En esa extraña mañana todos los calores brotaban de su cuerpo encendido por la silueta de las mismas piernas de siempre, bajo las mismas sábanas de siempre, y en otro día como los de siempre. ¿Sería su felicidad producto de una mente que creía estar con otra mujer que no era la de siempre? Observando esa sonrisa de Esther, que proyectaba un sueño privado, quería creer que la acompañaba en esa sonrisa, que era él quien la dibujaba. De pronto, observando su arrebatadora desnudez, empezó a temblar todo su ser, se desmoronó el castillo de naipes que construyó su propia tranquilidad, e imaginó que su boca recorría cada hueco de su cuerpo… otra vez.
Sin atreverse a acariciar aún su dormida piel siguió sintiéndola muy dentro de sí, y cuando creía que iba a enloquecer con tanto gozo, cerró los ojos y Esther desapareció. Volvió a abrirlos. No quería que Marga volviera a aparecer. Esa mañana quería amar a Esther… se lo debía.
La volvió a mirar. Su cuerpo, casi desnudo, seguía pegado a unas sábanas que se resistían a alejarse. Ella dormía así, ajustando su traje a la tela que lo envolvía. En la piel una sensación eléctrica. En la respiración una urgencia y un calor desmedidos que hacían henchir su almas gemelas. Tímidas y adormiladas como su patrona no se asomaban, pero se dibujaban y se intuían. Javier no pudo más y destapó su cuerpo completamente. Desnuda volvió a ver en ella esa mujer a la que aún podía aferrarse para dejar de sufrir. Quería amarla como siempre, desearla como siempre… pero eso ya no era posible. Y allí lo comprendió. A pesar de desearla como nunca, a pesar de emocionarse incluso al ver su belleza natural, completamente dormida, sin adorno alguno que no fuera ella misma, cuando cerraba los ojos para besarla, era Marga quien rompía la escena, colándose sin permiso.
Aun así luchó y venció. Sus manos acariciaron su espalda, su sedoso culo, sus piernas aterciopeladas, y pasearon también por sus costados, deteniéndose en los senos apretados sobre el colchón. Después subió su cara a la espalda de ella y empezó a besar hasta llegar a su cuello. En la piel de su esposa podía ver los efectos de esos llameantes y húmedos besos. Susurros, movimientos en su piel… sus manos se movían por las sábanas buscando su cuerpo.
– uuuummmm – susurró mientras él ya está en su cuello, dejando restos de saliva alcalina que ella recibía como si fuera crema suavizante
– te deseo, cariño – dijo Javier, casi en susurros
– Luiiiiiiiiiiiissssssssss – susurró ella, casi de forma ininteligible, dominada aún por el sueño
– ¿Luis? – pensó Javier, dolido, deteniendo su avanzadilla, y dejándose caer de nuevo sobre la cama. Ella seguía dormida, buscando con sus manos su cuerpo, pero Javier ya no estaba. Al abrir los ojos le vio jugando con el móvil                                        
– ¿Qué haces cariño? – preguntó con un ojo abierto y el otro cerrado, y con la voz aún tomada por el sueño
– nada… me voy a duchar – dijo muy serio
– ¿no prefieres venir aquí conmigo? – preguntó sin abrir los ojos, llamándole golpeando la sábana con la palma de su mano extendida
– la verdad es que no – dijo muy serio, dejando el móvil sobre la cómoda, y adentrándose en el baño.
Saliendo de la ducha, Marga cogió el móvil de su bolso. Le había parecido escuchar el tintineo de aviso de mensaje. Como sabía que era él,  corrió por el dormitorio, aun a riesgo de resbalar.
– Es él – dijo, sonriendo como una quinceañera, y llevando el móvil hasta su pecho desnudo.
¿Leer sms?… Aceptar
– “lo de ayer fue maravilloso. Te deseo y te amo. Tenemos que repetirlo pronto. Por cierto, ¿Sabes algo de un tal Luis?.

 

3 comentarios

  1. Javier no sabe que puñetas quiere. Pero como puede decirle a Marga todas esas lindas palabras y hoy piensa que su mujer está por encima de todas. A la única que de verdad quiere es a su esposa. Ayer se acostó por primera vez con Marga y hoy quiere quitarsela del pensamiento para disfrutar de su esposa. Cuando se cabrea por lo que ha dicho su esposa va y le manda ese sms tan bonito a Marga «lo de ayer fue maravilloso…» Ya no le creo pues lo hace por despecho y ademas realmente lo que él quiere averiguar es quien es Luis.

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