LOS AMANTES: CAP 21: EROS

Sin JUNo habían pasado veinticuatro horas de su primer y mágico encuentro y ambos deseaban repetirlo por encima de cualquier otra cosa. Y así fue, a pesar de haberse prometido no repetirlo. Ambos supieron, en el mismo momento de hacerlo, que ese había sido el juramento más falso que jamás habían hecho en su vida, y es que, después de ese encuentro, nada ni nadie podría frenar su pasión y su deseo.
¿Ese nuevo encuentro sería tan especial como el primero? – esa era la pregunta que se hizo desde  primera hora de la mañana, pensando en las dos respuestas posibles: Si la respuesta era no todo tendría solución, y todo podría terminar allí mismo… Pero si la respuesta era sí… ¡Dios! Entonces estaba perdida.
Los dos amantes ya estaban, al fin, en la fría habitación dispuestos a conjugar el verbo acorde. Los dos se miraron silenciosos, deseosos. Había mucho miedo envolviéndoles, y ninguno supo qué paso dar para no arrepentirse después.
Él parecía más seguro y confiado. Casi era imposible ver un rasgo de miedo o preocupación dibujado en su cara. A ella, en cambio, aún no le había desaparecido el temblor que le acompañaba desde que bajó del coche, cruzó la calle cabizbaja, y entró en el hotel. Por suerte nadie la había visto. Al menos eso creyó ella, que no se percató de una mirada sorprendida desde el interior de un escaparate.
Y ahí estaba ella al fin. Habían sido unos meses muy duros, luchando inútilmente contra un destino que se sabía vencedor, contra un deseo irrefrenable.  Su cordura se había mantenido a flote luchando contra un reloj que corría contra ella, y contra el que nada tenía que hacer. Ganarle un segundo, un día, una semana, o un mes, era un tiempo que el cruel destino se iba a cobrar después con intereses. Y había llegado el tiempo de pagar.
Delante de ese hombre que podía acabar con su vida recordaba lo mucho que le había costado dar el paso.  En el mismo coche, volviendo a recuperar un hábito perdido, se había fumado más de cinco cigarrillos. En realidad no terminó ni uno. El olor a tabaco sería otra de las muchas explicaciones que debería dar al regresar a casa… pero no era la que más le preocupaba.
Dentro del coche, nerviosa y sin atreverse a salir, llegó incluso a girar la llave del contacto para marcharse, pero esa nueva fuerza, tan desconocida como arrebatadora, tenía más poder del que imaginaba. No había marcha atrás posible. Tampoco sabía si el de retroceso era el paso que quería dar.
La habitación no era, ni mucho menos, el paraíso de colores que tantas veces había visitado en sus fantasías… Tampoco era una habitación fea. ¡Qué más daba eso! Ni siquiera la mirarían.  Ellos, estando el uno frente al otro, no sabían siquiera donde se encontraban… Tampoco lo quisieron saber.
Con mucho miedo se acercaron el uno al otro, mirándose, tímidos, pero deseosos. Ya casi juntos alargaron sus brazos y se abrazaron sin pensar en otra cosa que no fueran ellos mismos y en lo que allí iba a suceder. Abrazados y en silencio sintieron como sus alientos se entremezclaban creando un extraño aroma, cada vez más caliente, y finalmente ameno.
Él, sin mediar palabra alguna que pudiera romper ese momento y que la hiciera huir, comenzó a besar su cara, después su cuello, susurrando palabras de amor sobre su piel hasta entrar violentamente en su boca. Sus manos, como dos serpientes, recorrieron todo el mapa de su cuerpo al compás de esos besos, y ella comprendió que esas extremidades no eran manos, sino látigos perpetradores de placer. Cada roce era un gozo nuevo y electrificado, y su cuerpo dormido volvió a despertar de ese sueño mágico en el que había estado sumida desde esa primera vez que se encontraron.  Marga era una cascada de placer, y su piel mojada y eléctrica le recordó que su porosidad no solo era sudor.
Con su primera lágrima, mezclada con la alcalina saliva de su amante, se alejó esa otra figura que tanto la coarta. Carlos, su esposo,  se iba desvaneciendo ante esa pasión que nacía tan fuerte en su útero. Con las siguientes lágrimas la que se alejó fue la figura de su amiga.
Lentamente, sin casi dejar que se diera cuenta de lo que estaba pasando, Javier le quitó la ropa. ¿Lentamente?. Ni siquiera había gozado del sabor del primer beso cuando abrió los ojos y se vio completamente desnuda ante el hombre más viril imaginado. Ese beso había durado más de lo que ella misma había creído. Aun así deseó otro… Ese le ha sabido a poco. Con ese nuevo beso libre se sintió, notando como sus fantasmas iban desapareciendo al fin, aunque también era consciente de que sería por poco tiempo. Mientras sus lenguas jugaban como chiquillos en una plaza a los oídos de Marga llegó esa canción de su juventud, y que Javier había puesto en el móvil para amenizar la estancia… «Every night I have the same old dream…»
Marga descubrió allí que su cuerpo había nacido, treinta y tantos años después, para las caricias. Cada roce de los dedos de ese hombre parecía una ofrenda de satisfacción que relajaba al mismo tiempo que excitaba… ¡Y de qué manera! Ese hombre la acariciaba sin orden ni concierto, y eso le encantó. Lo mismo acariciaba su culo, sus muslos, que pasaba a sus rodillas, a sus senos, o incluso a sus labios abiertos y mojados. Ella pedía a gritos que ese hombre dejara de acariciar y pasara a los pellizcos, y él, que parecía entenderla, lo hacía rápidamente. Por primera vez en su vida sexual un hombre sabía mezclar los besos con las caricias, los chupetones con los pellizcos, y los lametones con besos casi inocuos.
Desnudos bailaron una danza que le había estado prohibida, pero, que, además, tampoco necesitaban aprender. Era una danza espiritual cuyos pasos salían de adentro, de lo más profundo de ambos, y sin necesidad de buscarlos. Todo era tan distinto al día anterior que casi pudo disfrutarlo de otra manera… Sin miedo. Todo dejó de ser sexo para convertirse en algo más.
Marga dejó de ser ella, dejó de ser incluso persona, y se convirtió en todo eso que jamás había imaginado pero que, en ese momento, quería disfrutar. Allí, entre los brazos desnudos de ese hombre, se convirtió en animal irracional y se dejó llevar por todo lo que ese cuerpo velludo despertaba en sus manos, en sus pechos, y en sus muslos.
Tocó a su amado. Le besó con violencia, regalándole su dormida lengua. Sus manos pasearon por su pelo, por su cuello, por su espalda, después por la curva de su trasero, por sus muslos, y finalmente por su pecho hasta llegar al regalo que tanto ansiaba tener para sí. Él la miraba absorto, y eso era quizás lo que más gustaba a ella. Oírle gemir de esa manera, observar la manera en que le miraba, y saber que ese hombre sentía una pasión casi animal le hizo perder todos los miedos y dejarse llevar por todo lo que sabía que él quería que le hiciera… ¡Y se lo hizo!
La pasión arrebatadora, y casi animal, del día anterior en ese piso y, sobre todo, en esa sala del pub era, en ese momento, algo más controlado, más pasional… más místico incluso. Él, con una suavidad exquisita, recogió con la yema de uno de sus dedos la gota que desbordó el dique con el que ella retenía sus emociones.  Sin esperarlo fue él quien, con una ternura exquisita, besó sus ojos, recogiendo sus lágrimas con una delicadeza exquisita. Ella se emocionó ante el gesto, y pudo al fin sentirse mejor y olvidar todo aquello que no fueran ellos dos.
Lentamente, esa mujer joven y madura, viva y colérica, se perdió en la humedad de un llanto muy antiguo que le hizo reunir unas fuerzas desconocidas que le llevaron hasta una nueva sonrisa.
– No temas, amor mío, no te voy a hacer ningún daño – le susurró besando la punta redondeada de su nariz, bajando después a la comisura, y entrando con menos suavidad en su boca. Su blanquecina piel, incapaz de absorber el sudor ajeno, cerrada al exterior durante tanto tiempo, se abrió al fin en pequeños pozos de placer, y él entró en ellos, sabedor de que esa mujer estaba aún en el límite del sí y del no.
El placer recibido era tan intenso en su piel como hostil en su alma. Todas sus defensas habían sido ya conquistadas por los besos acaramelados de ese hombre casi celestial. Esa batalla era ya del cuerpo, y no sería el espíritu quien pudiera ya detenerla.  Ella lo celebraba dentro, sonriendo sus labios carnosos, mientras él lloraba sonrisas en su interior cálidamente.
Emocionada, conturbada y dichosa al fin, aspiró ese olor de sudor y salitre, quedándoselo para ella, y disfrutó como nunca del placer de encontrarse allá donde nunca estuvo, el placer del morbo de una simple travesura que persiguió hace mucho tiempo y que nunca fue capaz de realizar. Disfrutó con los ojos y con los demás sentidos las sensaciones primeras, escasas en su vida, y las últimas…
Ella gemía sin miedos ni zozobras, gozaba sin límites, sin temores, y vivió todo al fin. Miraba a su amante sin poder llegar a creer… Seguramente toda esa belleza que le mostraban sus ojos confundidos no era tal. ¡Nadie podía ser tan bello como ese póster carnal que mostraban sus ojos de niña enamorada!.
Tanto placer escondido volvió a electrizar un cuerpo que anduvo dormido demasiado tiempo, y ambos gozan del pecado de la carne, sabedores del tiempo que habían estado deseándolo, y sabedores también que pudiera ser la última vez que se encontraran de esa manera. Marga notó que le falta la respiración. Incluso la vida se le estaba escapando… Y no le importó. El cuerpo de su amante se había quedado dormido sobre el suyo, que aún seguía colérico y convulsionado.
Deseosa otra vez tras el asalto volvió a necesitar sus caricias, y volvió a buscar su saliva alcalina porque sabía que todo estaba a punto de terminar. Y para siempre.
Entre gotas de sudor, lágrimas y pociones de placer, Marga buscó de nuevo su boca, lamiéndola, comiendo de ella sin pudor, recogiendo cada roce, cada mirada, cada momento, para después poder disfrutarlo en su soledad.
Sin quererlo ya estaban entrando en su escena aquellos protagonistas que tanto le costó despedir, y, entristecida, piensa que con ellos llegará el final de la película que tanto le ha costado protagonizar.
Pero ella luchó por alejarlos otra vez, y no se resistió a la nueva avanzadilla del ejército más poderoso que jamás conoció. Recuperando la lágrima que perdió al principio, no terminó de abandonar el placer que pintaba de color el blanquecino óleo que era su cuerpo en manos de ese maravilloso hombre.
No quería alejarse, no quería abandonarlo aún… Todavía tenía muchas satisfacciones que cumplir, muchos deseos que atraer, y, sobre todo, muchas fantasías que hacer realidad… Esa nueva ofensiva sexual que empezaban de nuevo sería sin nervios, sin miedo… sin ningún pudor, y sería la que quedaría grabada en su mente para recrearla en solitario una y otra vez durante el resto de su vida.
Su amante volvió a entrar en ella, esa vez con mayor ímpetu, con menor delicadeza, pero con igual pasión, y ella se dejó llevar disfrutando de todos y cada uno de sus roces, de cada uno de sus movimientos de cadera, y de cada una de sus miradas cargadas de pasión e incredulidad.
Estaba haciendo el amor con el marido de su mejor amiga, con ese hombre al que deseó el primer día que vio, sin ella saberlo, y eso le devolvió todos sus miedos y reproches.
No podía permitirse un reproche allí, bajo él, porque por primera vez en mucho tiempo, había dejado de ser esposa y amiga para volver a ser mujer.
Mientras gemía de placer y observaba el rostro inmaculado de su amante volvió a besar a su bello amante, recibiendo su boca, deleitándose con su virilidad,  gozando como nunca… Pero entonces apareció la imagen de ellos, que le miraban con lágrimas en los ojos. Fue entonces, entre gritos de placer, y besos apasionados cuando Marga rompió a llorar sin ella misma esperarlo.
– Estás llorando – le dijo él, mientras seguía con su duelo amatorio
– sí – dijo ella, intentando alejar a su marido y a su amiga de las espaldas de ese hombre que estaba amando
– ¿Te duele amor mío? – le preguntó él mientras exprimía cada uno de sus jugos y detenía sus acometidas
¿Que si me duele? – preguntó ella, abrazándose a él, y pidiéndole que no se detuviera en ese mágico momento –  ¿Que si me duele?… MENOS DE LO QUE DEBIERA.

35 comentarios

  1. HOLA JOSA. SOY MUJER Y ME SIENTO MUY IDENTIFICADA CON ESO DE LAS CARICIAS. MUCHAS MUJERES SENTIMOS ASI LAS COSAS. ES MUY NO SÉ COMO DECIRLO ¿MUY FEMENINO?

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  2. todos hablamos de Marga pero ¿y Javier? ¿qué siente ese hombre? Josa muéstranoslo que queremos saber de él ¿qué piensa qué siente qué padece?

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  3. como me gustaria tener veinte años menos y ser Marga de nuevo. Me gusta como lo describes todo, como ves el sentimiento de la mujer y se asemeja bastante a la manera de sentirlo o eso creo yo. Si yo fuera Marga disfrutaria de javier y de carlos de los dos. Uno le da una cosa y otro otra

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  4. Cada capítulo me dejas más perpleja (en el buen sentido). Me está gustando la historia aunque no soy yo muy Marga. Bueno eso nunca se sabe….

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  5. yo pienso que Marga no es feliz con Carlos. Sí lo es, pero ha encontrado otra cosa, eso que nos hace felices a las mujeres que no es otra cosa que sentirnos deseadas, y más cuando vemos que los ojos de nuestros esposos han dejado de mirarnos como hacían años atrás.
    Es normal. Tampoco nosotras los miramos igual, y una mirada diferente, un contacto, o cualquier otra cosa hace que salte la chispa. No os engañéis, eso no es amor. Eso es otra cosa. En mi pueblo de toda la vida a eso se le ha llamado «encoñamiento»
    y ojo que me parece fenomenal. Solo tenemos una vida, y Marga tiene ¿cuántos? ¿cuarenta ya? pues está ante ese tren del que no se puede bajar, aunque descarrile
    A mí me tienes enganchada. He releído los capítulos y me quedo con el de la partida de ajedrez. Ese me parece simplemente fantástico

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  6. No me había leído ningún capítulo de Los amantes hasta este 21 y ahora resulta que, por lo mucho que me ha gustado, me voy a tener que leer todo desde el principio. Lo malo es que ya son casi las 2 de la mañana y tengo que madrugar. Si es todo igual de bueno, habrá merecido la pena el esfuerzo.

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  7. Marga descubrió allí que su cuerpo había nacido, treinta y tantos años después, para las caricias. Cada roce de los dedos de ese hombre parecía una ofrenda de satisfacción que relajaba al mismo tiempo que excitaba… ¡Y de qué manera! Ese hombre la acariciaba sin orden ni concierto, y eso le encantó. Lo mismo acariciaba su culo, sus muslos, que pasaba a sus rodillas, a sus senos, o incluso a sus labios abiertos y mojados. Ella pedía a gritos que ese hombre dejara de acariciar y pasara a los pellizcos, y él, que parecía entenderla, lo hacía rápidamente. Por primera vez en su vida sexual un hombre sabía mezclar los besos con las caricias, los chupetones con los pellizcos, y los lametones con besos casi inocuos. ESPECTACULAR

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