LOS AMANTES CAP. 24: ¡¡¡TÓCATE!!! (parte 1 y 2)

sssaA pesar de que ya estaba acostumbrada a no ver a Javier los fines de semana, ese fue diferente. Desde el sábado a primera hora – se despertó a las siete – hasta el domingo a última, estuvo en los brazos imaginarios de su amante, deseándolo, amándolo, y sintiendo la necesidad de tenerle entre las piernas, detrás suya, encima, debajo… Como fuera, y donde fuera.
Fue a eso de las siete de la tarde, cuando estaba tumbada en su sofá, leyendo esa novela de la que todo el mundo hablaba, cuando el sonido del móvil le alertó. Era él, lo sabía.
 
Javier:
En línea:
Mañana te espero a las 9 en nuestro primer hotel. No vayas a trabajar… no te arrepentirás
Te dedico esta canción
 
Cuando pulsó el enlace y oyó esa canción que tanto le gustó en su juventud, sintió más deseos que nunca de besarlo. Era la canción de Loquillo y los Trogloditas, Besos Robados, y ella la tarareó mientras veía el vídeo en Youtube: “dame más… Dame más… Dame tus besos robados una vez más”
Quiso contestarle, decirle que tenía que trabajar y que no podía faltar porque ya lo había hecho muchas veces en ese mes, pero no fue capaz. Tenía tantas ganas de verlo, y de sentirlo, que prefirió esperar a que pasara la noche.
Esa noche durmió mal, como las dos anteriores, pero la idea de volver a pasar con él la mañana, encerrados en una habitación de hotel le hizo conciliar el sueño entre sudores, picores de ingles, y mariposas en el estómago… Hasta su boca sabía a él, a su último beso robado…
Cuando despertó a las ocho de la mañana Carlos ya se había ido, como siempre sucedía. Lo primero que hizo fue ir al baño, mirarse al espejo, y quitarse el camisón. Sonrió. Su cuerpo volvía a gustarle otra vez, y hasta sus senos parecían haber recuperado parte de ese inevitable paso del tiempo. En la ducha pensó en Javier, y volvió a sentirlo. Si no se tocó y buscó un placer que estaba tan cerca como el jabón que descansaba en la repisa fue precisamente porque ya había tomado la decisión de acudir a su cita, diciendo a su jefe que tenía una nueva revisión de ginecología.
Tras la rápida ducha Marga abrió su armario y buscó la ropa que ponerse. No era la ropa que quería que él viera puesta, sino la que quería ver cómo le quitaba lentamente, como siempre hacía él.
Eligió un bonito sujetador negro, tan pequeño como el tanga, y por el que sobresalían tímidamente parte de sus pezones. Una camisa negra también, con los dos primeros botones abiertos, dejaban entrever un escote generoso sobre el que descansaba un colgante de elefante que a él le gustaba morder mientras le iba besando los pechos. Del armario eligió también la minifalda negra de rayas ejecutivas y unos zapatos de largo y fino tacón. A Javier le volvían loco los tacones.
Cuando salió de casa se dio cuenta que ni siquiera había desayunado y ya se había fumado tres cigarros. Estaba muy nerviosa, pero también muy excitada. Tanto que creía que tendría que cambiarse de ropa interior antes de subir a esa habitación. O mejor no. A él también le gustaba meter la mano en su ropa interior y encontrarla mojada.
Marga no fue capaz de saber el trayecto recorrido, y cuando quiso darse cuenta ya estaba aparcando el coche en la calle trasera del hotel, donde nadie pudiera verlo. Cogiendo el paquete de tabaco encendió un nuevo cigarro mientras se miraba en el retrovisor de su Peugeot 207. Se volvió a ver guapa y salió sonriente y nerviosa. No era la primera vez, ni la segunda, pero siempre se ponía nerviosa cuando iba a encontrarse con él porque siempre era diferente. Eso era lo que tanto le atraía de él… Su improvisación continua, su tranquilidad, y, sobre todo, su seguridad para pedir y hacer todo lo que se le antojaba. En eso no eran iguales, y eso le motivaba.
Casi con las piernas temblando se dirigió hacia el hotel. Notaba que le faltaban las fuerzas, y que la excitación casi la hacía levitar. Antes de llegar al hotel se paró en el estanco y simuló ojear revistas. Mientras lo hacía miraba a un lado y a otro para ver si había alguien que pudiera reconocerla, a pesar de estar en la otra parte de la ciudad.
Marga entró rápidamente en el hotel, corrió hacia la escalera y subió los escalones sin mirar atrás, evitando así que nadie pudiera verla. Al llegar a la segunda planta respiró tranquila, asomó la cabeza por el largo pasillo y avanzó cabizbaja, mirando sus tacones, pidiendo a Dios que nadie saliera de alguna habitación en ese momento.
Habitación 234. Golpeó con los nudillos suavemente y volvió a mirar por el pasillo que había dejado atrás. Silencio. Nadie contestó, y volvió a pegar. La puerta se abrió violentamente y una mano tiró de ella, adentrándola sin dejarla respirar.
 
 
wpid-mujer-dormida.jpg.jpegTodo estaba oscuro pero ella sintió la respiración de Javier. Su olor era inconfundible y ahí, entre tanta oscuridad, fue aún más excitante. Ella no dijo nada y se dejó llevar. Ese hombre la apretó contra la pared, dejando su culo pegado, sus piernas separadas y la cola apretada también. De pronto notó su aliento sobre su nariz. Olía dulce, como siempre, una mezcla de caramelo y tabaco que le gustaba, y su respiración tan cercana volvió a excitarle de tal manera que a punto estuvo de sentir el primer orgasmo de la mañana. A Marga le gustaba ese hombre tanto que era capaz de disfrutar de él sin que apenas le tocara o le besara.
Él respiraba sobre ella, sobre su cara, y ella sentía su boca tan cerca de su tez que casi era como saborear su lengua o su alcalina saliva.
Marga no se atrevía a decir nada. Prefería dejarse llevar por lo que él quisiera regalarle. Esa oscuridad, y esa manera de hacerla entrar en la habitación, le hizo saber que él tenía todo perfectamente preparado… Así que…
Intentando abrir más los ojos para ver todo mejor le buscaba en la cercanía negra, pero él se había encargado de dejar todo bien oscuro. De pronto sintió su mano en su falda, sobre sus muslos, y sus dedos comenzaron a bajar por la tela, pellizcando, mientras sus labios ya susurraban palabras ininteligibles pero que le gustaba oír, imaginando que eran cánticos de amor como esos que tanto había leído en sus clases de poesía romántica.
Dios- exclamó, con los ojos más abiertos, intentando descifrar el rostro de su amante, que seguía sin poder ser visto a pesar de tenerlo ya sobre el suyo.
Javier besó su cuello, lamió sus orejas, y mordisqueó sus labios… Todo en segundos, pasando de un lado a otro con una facilidad pasmosa que hacía parecer que él si pudiera ver entre esa oscuridad silente. Su mano ya había llegado a sus rodillas, alejándose de la tela, y pellizcando su piel morena y caliente. Sus muslos estaban mojados, y eso le encantaba. Así se lo susurró al oído mientras su mano ya estaba sobre sus ingles, dispuestas a todo.
-Bésame – dijo ella, totalmente poseída por el deseo – bésame cariño
– espera – dijo él – no tengas tanta prisa. Tenemos toda la mañana
– quiero verte – dijo ella, más nerviosa, pero más excitada, al sentir cómo uno de sus dedos ya entraba en su braga
– yo te veo, cariño. No necesito luz para verte
– yo sí – dijo ella
– no… Tú tampoco la necesitas – dijo él, besándola en la boca, metiendo su lengua profundamente entre sus dientes y golpeando sus labios acuosos contra los dientes de Marga que no sabían si cerrar el paso o abrir los diques para que la inundación fuera completa.
Ese hombre besaba como un auténtico dios del sexo. Sus besos eran calientes, fogosos, y su lengua sabía viajar por toda su boca, buscando lugares que hacían unas cosquillas placenteras que ella desconocía. Podía decirse que todo estaba en su lengua, pero había algo más… Eran esos labios carnosos y siempre mojados, con pequeñas grietas que hacían como ventosas contra los suyos, atrapándolos, y dejándola sin escapatoria.
La mano de Javier ya estaba en su braga, y su dedo, ese con el que tanto le gustaba jugar, ya estaba enredándose entre su vello, jugando con él. Primero con uno, después con varios, finalmente con gran cantidad, hasta que los soltaba para acercarse a su objetivo final.
-Me encanta lo mojada que estás siempre – le susurró de nuevo, mientras su dedo ya jugaba con ella de tal manera que ella no era capaz de responder, ni siquiera de oír… El volcán Marga ya había entrado en erupción, y estaba dispuesta a todo.
Mientras seguía besándola y acariciándola, con su otra mano fue quitando uno a uno los botones de la camisa hasta que sus senos quedaron a su merced. Era increíble la facilidad que tenía para hacerlo con una sola mano, y entre tanta oscuridad…
Marga no llevaba ni cinco minutos en esa habitación y sus gritos ya podían oírse en toda la planta.
-Dioooooooossssssssssss – gritaba y gemía, mientras su amante jugaba con ella, haciéndole sentir un placer antes no encontrado.
Al terminar Marga aún temblaba. Javier seguía sin hablar, y le quitó la camisa, dejándola caer al suelo. Después, desabrochó su sujetador y sus senos quedaron al aire, suspendidos, mientras sus dedos volvían a girar sobre sus aureolas. Javier la besó en la boca, entregándole mililitros de saliva alcalina que a ella le gustaba recibir, y con la otra mano desabrochó la falda y la dejó caer sobre sus piernas. Primero por sus muslos, lentamente, después por sus rodillas, y finalmente por sus tobillos, haciéndola levantar los tacones para poder abrir las piernas.
Marga intentó meter la mano en su pantalón, pero él no se lo permitió.
-Quiero tocarte – le dijo, devolviéndose la excitación que acababa de alejar de su cuerpo
-espera querida. Vas a tocar, pero no a mí – le susurró, bajándole las bragas, como hizo con la falda, mientras ella podía notar su respiración sobre su vientre, después sobre sus ingles, y, finalmente, sobre su sexo aún convulso.
Javier la cogió de la mano y la llevó hasta la cama. Marga tropezó con ella, haciéndose daño en las espinillas, pero el dolor no tenía cabida allí, al menos no en ese momento.
Javier, con un cuidado exquisito la cogió por los hombros y la tumbó en la cama. El edredón estaba frío y su piel se erizó, pero le gustó la sensación.
La oscuridad seguía siendo máxima, y apenas podía ver nada. Javier estaba sentado sobre la cama, a su lado. Podía oír su respiración y notó cómo sus manos recorrían sus muslos, sus rodillas, sus pantorrillas y finalmente dibujaron círculos en sus tobillos. Con delicadeza se deshizo de los tacones de Marga, y acarició sus pies. El ruido de los zapatos contra el suelo sonó fuerte entre tanta oscuridad y  Javier se levantó. Los sonidos de los movimientos de Javier sobre el suelo de madera parecían más intensos y, de pronto, oyó la persiana levantarse lentamente. Javier, apenas si levantó dos líneas de agujeritos por donde entró la luz suficiente como para poder ver su figura, que se dirigía hacia una silla situada frente a la cama.
-¿Dónde vas, Javier? – preguntó ella, asustada
-quiero verte – dijo él, sentándose en la sila, mientras desabrochaba el cinturón y se oía el ruido de la cremallera de su pantalón – quiero que te toques
-¿cómo dices? – preguntó Marga asustada, intentando descifrar su rostro entre la oscuridad – no te entiendo, cariño
-pues es bien claro – dijo él sonriendo – quiero que te toques para mí. Quiero verte
– pero es que…
-¿Te da pudor? – preguntó él – está oscuro… No tienes nada que temer
– no sé… Sí… No… No sé Javier. Nunca lo he hecho antes
– ¿Nunca te has tocado? – sonrió, haciendo sonar esa vocecita socarrona que tanto le gustaba a Marga
– no… bueno sí, pero nunca delante de nadie
-pues ya va siendo hora, querida
– ¿de verdad te apetece? ¿no prefieres venir aquí conmigo?
– tenemos tiempo para eso, querida. Quiero oírte, quiero gozar de tu excitación sin distraerme con mi propio placer… Quiero saber cómo disfrutas ¿Te apetece?
– creo que sí
-¿te da pudor?
– creo que sí, pero si es lo que tú quieres… – dijo mientras una de sus manos ya acariciaba su vientre, y empezaba a notar la excitación por otras partes de su cuerpo que pronto acariciaría para él
– lo quiero, querida. Y no te imaginas cuánto.
Marga, sin pensarlo más, cerró sus ojos mientras una de sus manos acariciaba sus ingles calientes y aún mojadas y la otra dibujaba letras extrañas sobre sus pechos. No hacía ni unas horas que ella misma había hecho eso mismo, pero hacerlo delante de él era algo diferente.
-Marga, ponte esta venda en los ojos – le dijo Javier, lanzándole un pañuelo sobre su cuerpo – quiero que lo hagas sin ver.
Marga, sin pensarlo dos veces, cogió el pañuelo y lo anudó a su nuca. Su tacto era suave y olía a él. Eso le hizo todo más sencillo, y más excitante.
Con los ojos cerrados ya acariciaba sus pechos con fuerza, retorciendo sus pezones lentamente como tanto le gustaba que hiciera él, y su otra mano ya exploraba el calor húmedo de la fuente de su descontrol.
Era muy placentero saber que él estaba observándola, y acarició y tocó su cuerpo como si fueran las manos de Javier las que lo estuvieran haciendo. La sensación era increíble. El pudor había desaparecido, y nada le importó notar cómo una luz de linterna atravesaba el pañuelo, casi deslumbrándola y cegándola. Saber que Javier estaba viendo el espectáculo hizo que la excitación se hiciera máxima.
Cada caricia de sus dedos, cada gemido propio, era un canto a los dioses, y escuchar los gemidos de Javier, sus suspiros y sus interjecciones guturales le hacían ver que él estaba tan excitado como ella misma. Imaginándole tocándose también mientras la observaba notó cómo el calor de sus ingles se hacía fuego y empezaba a quemar. Sus pechos eran dos manantiales por donde brotaba el placer a raudales, como una cascada, y la humedad hizo el resto.
Javier, mientras tanto, la miraba completamente absorto. El cuerpo de esa mujer era más hermoso de lo que había disfrutado mientras hacían el amor. Verla allí, tumbada, espatarrada para él y tocándose con esa delicadeza le hizo ver a otra Marga.
-Cariño, me voy a… – dijo ella, acariciando su cuerpo con más fuerza, gritando casi, y moviendo su culo sobre la tela y elevando sus piernas una y otra vez
– hazlo cariño – le animaba él – quiero oírlo
– Ya… .yaaaaaaaa – gritó ella una y otra vez – siiiiiii, siiiiiii
Marga disfrutó de un placer indescriptible mientras pedía a gritos que su amante corriera hacia ella y le hiciera el amor sin pensarlo dos veces
– te necesito Javier… ven aquí, por diossssssssss.
Cuando Marga abrió los ojos y le buscó Javier no estaba en esa silla, ni en la habitación.

24 comentarios

  1. muy bueno !!!!!!!….. este Javier gana puntos por momentos. y marga ?? dejarse llevar ….buena elección. donde está Javier???? esa silla vacía no mola.Jjjjjjjj

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  2. he vuelto a leerlo varias veces y te diría que ha sido una experiencia increíble. Hacía tiempo que no me sentía tan excitada leyendo algo. Me he visto en esa habitación de hotel, delante de ese hombre. Ha sido muy bonito lo que he sentido para ser una perrancona jajajajaja

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  3. en este capítulo demuestras a las claras tus dotes literarias y tu gran imaginación. Me parece tan real que es como si estuvieras escribiendo algo qeu has vivido o que has visto. En serio me parece algo mágico, algo maravilloso porque has hecho que me imagine dentrode esa habitación, sujeta a ese hombre enigmnático que me muero por ver. ¿Cómo es ese Javier? Queremos verlo Josa

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  4. y otra cosa, comparar esta historia con la de 50 sombras de grey es no haber leido ni una ni otra porque las historias no tienen nada que ver y tampoco la forma en que están escritas. YO no digo que una sea mejor que otra. Solo digo que no tienen nada uqe ver

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  5. bueno….sexo español con música!..perdona pero…se habla de grey pero los amantes no tiene nada que envidiar de hecho esos mensajes..Arao1…Josa queremos MAXXX,GRACIAS!!

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  6. Contre con la segunda parte que morbo. Marga ya se ha liberado y ya nada le da pudor.Pero es normal pues para Marga, Javier en el tema del sexo ahora es lo más de lo más. Y si gracias a Javier Marga siente tantas sensaciones buenas y placenteras pues a continuar. Además para Marga no es solo el hombre que le hace disfrutar como una loca pues para Marga, Javier es el hombre que le gusta tanto que era capaz de disfrutar de él sin que apenas le toque o le bese. Marga es feliz incluso con una simple mirada o una simple sonrisa.

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