LOS AMANTES CAP 27: LA CASA RURAL (PRIMERA PARTE)

wpid-2012-11-14-21.59.12_Amber_Kryptonite.jpgTras esa intensísima semana, una nueva sorpresa les estaba esperando. Esther les invitaba a  pasar el puente en esa casa rural de Álora, un lugar que a todos encantaba y donde solían ir muy a menudo. Ir no fue una gran idea. Al menos a priori.  Los dos lo supieron enseguida, pero no pudieron hacer nada. La casa la había conseguido Esther, por medio de una compañera de trabajo, y no pensaba dejar escapar la oportunidad.
– ¿Una casa rural de lujo, a coste cero?… cariño, no podemos decir que no. Además, será el regalo ideal para Carlos y Marga por su aniversario de boda. ¿Qué te parece?
– si supieras el regalo que les he hecho yo… – pensaba Javier, en silencio, claro.
 A Javier le daba miedo ese fin de semana. Su pasión había sobrepasado los límites establecidos por la cordura, y hasta ella, que era quien los mantenía a raya, había sido seducida por unos placeres ante los que no sabía reaccionar. Podía decirse que la literatura de nueva generación había entrado en sus vidas de forma repentina.  Se mandaban un mensaje cada diez minutos. Un email cada vez que encendían el ordenador, y una llamada cada vez que sabían que el otro estaba a solas.
A pesar de apetecerle a ambos volver a verse, también sabían de lo peligroso que podría ser estar tan cerca el uno del otro. Las mieles habían sido ya saboreadas.  Lejos de lo que pensaban lo fácil ya había sido hecho. Ahora quedaba por pasar lo peor… ¿Cómo hacer para frenar esa cascada de pasión que recorría sus cuerpos solo con pensar en el otro?. Además, si la primera vez había sido mucho más placentera de lo imaginado… la segunda, la tercera, y las siguientes la habían superado con creces.
Toda la noche anterior al viaje la habían pasado ambos sin dormir, dando vueltas a una cama que compartían con alguien a quien querían, pero a quien, de repente, habían dejado de desear.
No podían dormir sabiendo que pasarían cuatro días juntos en una casa abandonada por el campo. Ambos sabían – y ese era su temor – que siempre encontrarían un hueco para quedarse a solas. Y entonces… ¿cómo reaccionarían?… ¿Serían capaces de contener un deseo que les cegaba hasta cuando no estaban cerca el uno del otro?.
A las diez de la mañana – siempre puntuales – Carlos y Marga pasaron por casa de Esther y Javier. Su coche, aparte de más nuevo, era más grande y cómodo.
Carlos y Javier iban en el asiento delantero. Marga y Esther cuchicheaban detrás, en voz baja, como intentando no hacerse escuchar.
Esther le contaba a Marga el juego de flirteos que mantenía desde hacía unas semanas con un joven becario de su empresa.
– Es un auténtico quesito – le decía sonriéndole, y pellizcándole – ¿quieres que te lo presente?
– estás loca – le decía Marga, sonrojada
– ay, hija… ¡qué falta te hace un buen revolcón! Se te quitaría esa cara mustia que tienes últimamente – le dijo al oído, riendo, mientras los dos hombres hablaban del último partido del Madrid en Champions.
– es que el Manchester es mucho Manchester
Javier y Marga – no podían evitarlo ya – estuvieron comunicándose a través del espejo retrovisor durante las dos horas de viaje. Javier, a escondidas de todos, ocultando su móvil entre sus piernas escribió un mensaje que envió sin pensar. El móvil de Marga sonó con esos dos pitidos alargados y estridentes con los que avisaba de un nuevo whasap.
– ¡Jo Marga! – gritó Carlos – prometiste que no habría trabajo este puente
– lo siento – dijo avergonzada – pero ahora estamos muy liados con el nuevo proyecto.
Javier
En línea
 Qué guapa estás. Te amo, te amo, te amo – leyó sobre la pantalla azul.
¿Borrar conversación?. Aceptar.
– Esta María es un caso… Mira que le he dicho que no quiero saber nada de la oficina
– ¿qué dice la pesada esa? – preguntó Carlos – no puedo con ella
– quiere que la llame luego. Le voy a mandar un mensaje y ya está.
Mirándole de nuevo al espejo le sonrió nerviosamente mientras Javier aprovechaba para poner su móvil en silencio, y  no despertar dudas así.
– Tú sí que estás guapo – pensó mientras sabía que apremiaba salvaguardar la distancia y emerger solitaria la flor de una tarde que volvía a mente segundo a segundo. En realidad no podía dejar de pensar en ello… en esos cuerpos unidos ya para siempre.
Mirando por la ventanilla del coche, necesitó aire para respirar. El viento revoloteó su cabello, y el del resto de los pasajeros.
– ¡Cierra esa ventana o volaremos todos! – gritó Esther.
Perdiendo de nuevo la vista en esos campos verdes y amarillos, bañados por un sol justiciero, se sintió enjaulada bajo una sombra que le cobijaba entre los susurros de pájaros de vuelo bajo que evitaban, con maestría, el coche que les separaba. Tuvo que cerrar los ojos para no llorar, y en sus sueños  Javier dolía más, y en la lejaní­a  del espacio continuaba rodando la rueda de la esperanza, esa a la que temía porque su girar atropellaba a Carlos, a Esther, a Javier… y a ella misma.. Pero Javier seguía con su peligroso juego. No dejaba de mirarla a través del espejo retrovisor, e incluso lo dirigió para poder ver sus preciosas piernas, semidesnudas gracias a esa minifalda que llevaba, y que tanto le gustaba. Por eso se la puso ella. Un minuto después Javier recibió el latigazo del vibrador en su muslo. Disimulando, abre el móvil.
– ¿Ya son las once y media? – preguntó, disimulando y mirando la pantalla, haciendo creer que mira la hora.
– Estás loco – leyó emocionado – No me hagas esto que estoy atacada. Estoy a mil por hora, y me va a dar algo. Yo también te amo.
Una sonrisa cómplice a través del espejo. Ella tuvo que apartar la mirada rápidamente. Era tan fuerte la atracción y el deseo que le provocaba su sonrisa que tenía que luchar con todas sus fuerzas – y alguna más – para no sellar esa boca con la suya.
Había veces que pensaba que llegaba a hacerlo delante de Carlos y Esther.
¿Lo peor? ¿lo que más le asustaba?. Pues precisamente que ya parecía empezar a no darle tanto miedo lo que estaba pasando entre ellos. Era curioso, pero desde su primer encuentro todo había cambiado. Todo había dejado ya de ser sucio, casi rastrero. Ya no se sentía tan mal consigo misma. Ya no creía estar engañando a su marido y a su amiga.
¡Todo lo contrario!.
Ahora creía estar haciéndoles un favor, y casi se sentía más amiga, incluso más esposa.
Ella estaría dispuesta a renunciar a todo, a amarle en silencio, solo por no hacerles daño… Por dejar que ellos no sufrieran. Los miedos y las prisas se han detenido ya.
Viajando por un extraño paraje empezó incluso a sentirse parte de él. El sol estaba a punto de largarse por detrás las montañas aún blancas, dejando luminosidades colgadas de unos árboles vigorosos, altos y frondosos. Ella volaba con ese sol, y no se quemaba.
Volando por entre pocas nubes blancas sintió que el dominio de su vida ya no le pertenecía.
Era entonces él el único dueño de sus designios. Y no supo si quería que fuera realmente así.
No debe ser bueno pertenecer a alguien a quien tienes que pagar las sensaciones alegres que te acompañan – pensó. Cansada de volar se sentó sobre el cristal de una roca, bajo una cornisa de nidos, abandonada con la inmensidad por delante… Fue de nuevo el sonido del móvil quien le hizo volver a ese vehículo donde empezaba a faltar el aire que respirar.
– ¿Qué piensas? Daría lo que fuera por entrar en tu mente ahora mismo. En tu mente y en tu cuerpo.
¿Borrar sms?. Aceptar.
– Pienso que… te amo. Más de lo que quisiera – escribió rápidamente.
¿Enviar sms?. Aceptar.
Nerviosa, como pocas veces, encendió un nuevo cigarro. Se colocó las gafas de sol y lloró, ocultándose de todos, mientras miraba a ese bello hombre que la había alejado de su felicidad para llevarla a otra más intensa, más física… y más peligrosa.
Desde su cómodo asiento, mirando por la ventanilla, dejó que sus ojos se posaran con cariño sobre aquellos viejos y erosionados montes de cimas redondeadas que siempre habí­an estado allí, partícipes de un paisaje que empezaba a envolverla y hacerle sentir extraña.
Extraña, sí. Extraña porque observaba como paralelamente se alejaban, perdiéndose en otros confines de mundos imaginarios y venerados, todos esos miedos que antes la acechaban.
Sus miedos – y eso era lo que le aterraba – se estaban convirtiendo en placeres contra los que ya no quería luchar, y a los que ya no quería vencer.
– Por fin hemos llegado – dijo Carlos
– ¿es esa la casa? – preguntó Esther, mirando esa vieja y lujosa casa de piedra, anquilosada entre rocas y árboles
– es preciosa… Un nidito de amor – dijo Carlos, soltando el volante y estirando sus brazos, golpeando contra el techo del coche
– mejor no… mejor no
– ¿Qué dices Marga?
– nada… no digo nada – dijo cabizbaja, mirando de reojo a Javier mientras temía porque sabía que allí iba a ser muy difícil contener tanto deseo.
Cuidado Marga – pensó sintiendo placer solo al recibir la mirada de su amante – el peligro acecha. Tarde o temprano nos descubrirán.  Y tiene que dejar ese juego antes de que sea demasiado tarde. Pero…¿es eso lo que quiere?.

8 comentarios

  1. ESA CASA RURAL VA A DAR MUCHOS PROBLEMAS. HAY AL PRINCIPIO UNA FRASE QUE TE DELATA PORQUE DICES QUE AMBOS SABÍAN QUE NO ERA BUENA IDEA, AL MENOS A PRIORI, ¿QUÉ PASA? ¿QUÉ PASA? ¿QUÉ PASAAAAAAAAAAA?

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