LOS AMANTES. CAP 32: DEL PLACER AL DOLOR… (LEER PRIMERO EL 31)

LEE ANTES EL CAPÍTULO 31

wpid-sssa.jpg.jpeg…Marga no se atrevía a salir del baño. Estaba completamente aterrada, poseída por un miedo que jamás había sentido, como eso que decían en las películas de ver su vida desfilar ante ti antes de la muerte… Así se sentía ella. Su propio miedo le hizo creer escuchar a alguien hablando con Javier en el salón. Todos los miedos volvieron a su tembloroso cuerpo, y se juró que nunca más volvería a pasarle eso… ¡Nunca más!

– Si es que te está bien empleado – se decía casi al borde del llanto, mirando esa ventanita por donde sabía que no podría colarse. En un momento de lucidez pensó que tenía que salir de allí. Quien fuera no podía verla allí abajo, junto a él, escondida como una niña pequeña.  Mirando a la ventana decidió salir por allí aunque fuera muy estrecha. No podía permanecer allí a la espera de que la descubrieran. Estaba abriéndola cuando el golpe de unos nudillos sobre la madera de la puerta le hizo detener, helándosele el cuerpo por completo.
– Marga abre la puerta – esa voz le hizo asustar más. No sabía quién era, pero a ella le pareció la de Carlos
– Marga – susurraba la voz de Javier – tranquila… puedes salir. Están dormidos
– ¿y ese ruido que hemos escuchado arriba? – preguntó abriendo la puerta tímidamente
– las maderas de esta casa… tranquila, no hay nadie. Están dormidos
– ¡volvamos a nuestras habitaciones!
– no, cariño – le dijo abrazándola, dejando que una de sus manos entrara en su pijama y acariciara esa piel aún temblorosa. Ella intentó zafarse de sus brazos, pero sus besos volvieron a hacerle olvidar sus propios miedos. Era tal el deseo que despertaba ese hombre en ella que no podía luchar contra él… Ni podía, ni quería. Y se dejó llevar por esos besos y esas manos que tan bien la esculpían en silencio.
Lentamente,  Javier, sintiendo toda la algarabía dentro de su cuerpo, la fue despojando de nuevo de sus preciosas y perfumadas ropas de cama, dejándolas caer sobre sus sedosos muslos. Sin ropa alguna que cubriera una sola parte de su cuerpo, permaneció desnuda en la oscuridad, tan clara como un día soleado, y tan prieta como el tronco de un fuerte árbol. Todo el miedo que sus ojos mostraban anteriormente había desaparecido ya. Ni siquiera miró a la escalera una sola vez.
Marga parecía una mujer diferente, una persona sin miedos, dispuesta a disfrutar de un momento íntimo que ambos sabían que nunca después podrían olvidar… Ese momento tan precioso nadie se lo rompería, y pensaba disfrutarlo sin miedos, sin aspavientos, sin reproches… El miedo hacía que todo fuera más morboso, más intenso y  más difícil de contener. Para Javier ese momento era irrepetible. Mirarla era lo más cercano a volver a nacer, era como saborear exquisitos manjares cuando el hambre era más agudo, era como mirar al más oscuro de los cielos y ver de cerca millones de estrellas brillantes de desorbitadas proporciones…
Nunca podría imaginar una muerte mejor que esa – pensó Javier emocionado, y no solo por ese cuerpo que iba a dominar, sino por esa mente que ya no huía de él por sus temores… y eso le gustaba. Al fin era completamente suya, en cuerpo y alma.
Al ver sus pechos tan cerca suya quiso besarlos y acariciarlos una y mil veces y después recostarse sobre ellos hasta quedar dormido esperando el alegre despertar que le proporcionarían.
Ahora que ella parecía tranquila era él quien tenía miedo y se sentía confuso. Deseaba decir tantas cosas que prefirió callar. Estaba seguro que lo que dijera sería absurdo e incoherente para una mujer como ella. Lo que sí tenía muy claro era que no habría palabras en el diccionario para describir toda la belleza y la divinidad que sus ojos le mostraban.
Marga, a los ojos de Javier, era una mujer excesiva en todo. Tenía una voz suave, sensual pero fuerte, unas formas exageradamente perfectas, y una extraña sonrisa comparable a la más perfecta de las pinturas. Javier se deleitaba observando y grabando en su mente sus marcadas facciones y sus labios carnosos, unos labios peligrosos que parecían esconder un arma mortal en su  cálida funda de seda. Sus ojos, en esa oscuridad silente, brillaban, casi dando luz, y parecían aún más hermosos, más misteriosos y más oscuros. Era en ellos donde podía verse a toda ella, conocerla, incluso temerle… Esos ojos escondían peligro, y algo más, algo que no podía descifrar pero que le hacía no poder dejar de mirarlos.
Marga parecía una mujer puesta en la tierra para embaucar a cualquier hombre, y hacerle sentir inferior durante el resto de sus días.  Esa mujer era, sin duda, una venganza de todas las demás para hacer pagar todo el dolor recibido por los hombres, una mujer que podía enloquecerles y mediar a su antojo para convertirles en víctimas de su desamor.  Tal pensamiento, lejos de asustarle, le hizo más ameno el deleite de volver a hacerla suya una vez más. En esos momentos tan suyos era él quien se sentía vencedor de semejante duelo… Javier, en sus brazos, se sentía capaz de todo. Ella había sido su obsesión desde que la conoció, desde que se disfrazó de su amigo, como un lobo, a la espera del momento propicio para saltar sobre ella. Pero, cada día que pasaba a su lado, disfrazado, era como una pequeña losa más. Esa mujer era noble, discreta, elegante, pero nada predispuesta al halago fácil, y eso le hacía ver la dificultad de encontrar un frente por el que preparar el abordaje. Esa mujer había sido durante muchos años un fortín inexpugnable, casi imposible, incluso olvidado por la propia desidia, y en esos momentos, observando su desnudez, su cara de ángel negro, y sabiendo que iba a volver a hacerla suya le hacía sentir inmortal. Sí, en brazos de Marga, Javier se sentía invencible, capaz de todo, capaz de enamorar a cualquiera…
Era él quien había derribado todas las defensas que la podían mantener a salvo. Ni el pudor de antes, ni el miedo a ser descubiertos, podía vencer ya a tanta pasión nacida en sus cuerpos y mentes. Estaba desnudo con ella, a punto de hacer el amor. Su marido y su amiga estaban a escasos metros, dormidos en sus habitaciones, y ella parecía olvidarse de eso. Eso sí que le asustó… Esa mujer le amaba más de lo que jamás había soñado, sin duda.
La ciudad – como diría el gran general – había sido tomada. Javier la miraba extrañado y alucinado. Ver sus movimientos y su mirada sensual ya sería suficiente para él si algo, como temía, les interrumpiera.  Esa mujer, al sentirse de nuevo tan fuertemente deseada y amada, había abandonado todo su miedo y pudor para convertirse en una fiera salvaje dispuesta a saborear cada segundo que pasara a su lado hasta saciar toda su sed. Sus movimientos lentos y estudiados de acercamiento hacían enloquecer a  Javier que, por primera vez, abandonó el ideal que tenía concebido de ella, pensando que sin duda la palabra desinhibida fue inventada en su honor.  No podía creer que esa mujer que ahora jugaba con él fuera verdaderamente Marga, y es que la pasión y el deseo que le había hecho despertar y que ahora reinaba en la sala se había ocupado de acallar todos esos aspectos sucios que aún había en la mente de ella. El alcohol ingerido durante todo el día también ayudó.
Observar su cuerpo desde tan cerca, sentir su sedosa y erizada piel, y saber que iba a hacerlo suyo fue como sentir todo el calor de ese cuerpo lozano que los dioses le habían enviado, sin duda, equivocadamente. Esa mujer que descansaba sobre él parecía una auténtica fiera a punto de devorarle, una fiera imposible de dominar. Todo el calor que desprendía su cuerpo le hizo, de nuevo, tranquilizar.
Ella, encima de él, jugaba y se sentía liberada. Estaba intentando, sin duda, seducirle de nuevo, conquistarle y agradarle como si lo hiciera sólo por acrecentar su propia vanidad. Para ella, lo que allí estaba sucediendo no era un encuentro sexual, una simple aventura, para ella era algo más. Era demostrarse a sí misma que aún era una auténtica mujer y que volvía a recuperar instintos escondidos.
De nuevo se sentía viva, y de qué forma. Sus ojos brillaban y parecían hablar, su boca era un manantial de agua fresca y salvaje, y cada parte de su piel pareció recobrar toda la humedad y la frescura que siempre le había acompañado y que últimamente había desaparecido para convertirle en un seco desierto, abandonado y solitario. Sus manos viajaban por el cuerpo de su amante, sin pudor, con fuerza, con pasión, y pellizcaban y estrujaban una piel fuerte y dura que le encantaba sentir junto a la suya. Ver cómo le miraba, cómo devoraba sus senos con sus labios alcalinos, le hacía volver loca… Loca de verdad. Javier intentaba besarla, deseaba besarla cuanto antes y acariciar todo su cuerpo, pero ella detenía sus acometidas pidiéndole paciencia y la más absoluta sumisión. Quería tener el mando de la situación y dejar claro que ella sería quien decidiera en todo momento lo que hacer.
Hacía tanto tiempo que no se sentía así – pensaba mientras besaba a  Javier – que nada le importaba que después pudiera arrepentirse. Es más, estaba segura que el arrepentimiento llegaría pero prefirió alejarlo hasta que la conquista hubiera finalizado.
Conturbados y dichosos, como si estuvieran flotando sobre las cálidas aguas del mar de las delicias, se dejaron llevar por el entusiasmo de volver a sentirse amados.
– Javier, Javier, Javier… – susurraba con los ojos perturbados y enrojecidos. Javier, notando cómo se unían sus dos vientres, sintió que irrumpían a través de su piel, hasta llegarle al alma, los sonidos dulces y musicales de tan bella y encantadora voz. Sus besos parecían de fuego, y su cuerpo el mejor de los manjares para un hambriento como él, que era como se sentía en esos momentos. El violento y apasionado beso de Marga le dejó aturdido mientras observaba y sentía cada uno de los movimientos de sus labios sobre distintas partes de su cuerpo. Deslizar sus manos sobre su sedosa espalda, su carnosa cadera y su ondulado trasero le hicieron creer estar de nuevo soñando.
Cada beso era un latigazo de placer, cada caricia la más dulce de las condenas, una condena a la que estaría sometido durante el resto de sus días si así lo quería su nueva y encantadora juez.
Ella jugó con su cuerpo hasta hacerle sentir invulnerable y sobrenatural. Todo el miedo contenido desapareció de su mente y, abrazándola con todas sus fuerzas, la tumbó sobre la caldeada madera del suelo para hacerla disfrutar con cada uno de sus roces y de sus besos. Ver, tocar y sentir tan majestuoso cuerpo junto al suyo le hizo olvidar toda su inexperiencia y sus miedos. Nada podía temer – pensaba mientras la observaba – estando tan cerca de una mujer como ella.
Finalmente, dejándose llevar por algo que no conocía pero que creía recordar, la cogió por sus carnosas caderas mientras ella le miraba con una extraña y feroz ternura, y penetró en su cuerpo sintiéndose morir y deseando vivir por siempre. Nada importaban los ruidos de arriba, los de fuera… nada importaba en ese momento, y nada sería capaz de hacerlos detener en su duelo.
Sus cuerpos, dos cuerpos perfectos, relucientes y sincronizados, volaban rítmica y artísticamente al comás de una extraña música compuesta por sus propios suspiros.
Javier la miraba mientras bailaba sobre su vientre. Ella, con los ojos cerrados y agarrando violentamente un viejo cojín que compartían, parecía una esfinge con vida, una sirena en el agua, y  Javier se preguntaba si realmente había sido tan bueno como para que Dios le hubiera agraciado con la compañía de semejante hermosura. Los dos se miraban mientras bailaban sobre el brillante suelo un baile prohibido. En los ojos de esa mujer podía ver deseo, anhelo, pasión, pero sobre todo, y era lo que más le alegraba el alma, veía desahogo e incontinencia. Para él era igual de importante saber que ella se sentía bien como ser consciente de lo que realmente estaba haciendo y con quién lo estaba haciendo. Los dos, sintiéndose por fin parte del otro, estaban persiguiendo con vehemencia el conocimiento y dominación del otro y no pararían hasta lograrlo. Habían estado deseándose todo el día, toda la semana… toda la vida.
Tumbados el uno sobre el otro permanecieron casi una hora, sin percatarse del rápido transcurrir del tiempo ni de sus propias obligaciones. Ninguno hablaba. Tan solo se miraban. Javier permanecía medio dormido con la cabeza recostada sobre sus dos pechos mientras su mano se deslizaba lentamente sobre su precioso y humedecido vientre. Habían estado luchando varios asaltos y se sentía fuerte como para repetir alguno más. Ella, sintiendo las agradables caricias del hombre al que se había entregado para siempre, pensaba en el placer recibido y ofrecido, intentando alejar, cuanto más tiempo posible mejor, la segura duda que recibiría su mente al despertar de tan mágico e inesperado sueño.
Ella, que sabía que los remordimientos y el sentido de vergüenza no tardarían en aparecer, quería disfrutar del momento mágico que le había tocado vivir y que tanto tiempo llevaba añorando. Estaba tan bien sobre sus brazos que nada le importaba lo que sucediera a continuación. Esa experiencia había sido la más bonita de su vida, la más sincera, la más tierna, la más salvaje…  sin duda la más desinhibida.
Cada roce  lo recogía con un alegre estremecimiento, cada uno de los suspiros que descansaban sobre su piel era un nuevo sentimiento, cada paseo de sus dedos sobre su vientre era una nueva entrada de vida en su cuerpo… Marga se sentía extrañamente feliz. Allí, tumbada, desnuda, compartiéndose con alguien como él se sentía rejuvenecer. Por fin había dejado de sentirse esposa… y  amiga, para convertirse simplemente en mujer. Era la primera vez que ninguna de sus obligaciones la atrapaba, que actuaba por sus propios impulsos, que se dejaba llevar por lo que su cuerpo le pedía, y, extrañamente, no se sentía incómoda como creía que se sentiría.
Ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso de alejamiento. Preferían permanecer allí, completamente inmóviles, hasta que el maldito transcurrir del tiempo les hiciera alejarse para, probablemente, nunca más volverse a encontrar. Pero el maldito reloj, al que nunca habían odiado tanto, les hizo recapacitar.
Mientras se vestía y le observaba observándola no apareció ningún reproche, ningún pudor, ni ningún sentimiento sucio como creía que sucedería. Extrañamente esa unión le había hecho sentir mejor. Sin saber qué era exactamente lo que sentía, podía comprobar que su cuerpo parecía volver a flotar como lo hacía años atrás, y su mente sonreía por primera vez en mucho tiempo.
¿Sería capaz de volver a repetirlo otra vez, o simplemente estaba volviéndose loca? – se preguntaba emocionada y sin ningún miedo. Se sentía tan bien observando su cuerpo que nada le importaría volver a él y entregarse de nuevo.
– Tengo que irme ya, cariño – le dijo acercándose por última vez, besándole y acariciando ese cuerpo con el que volvería a soñar esa noche
– lo sé.
Marga caminó hacia las escaleras. Lo hizo a paso muy lento. No quería volver a su cama sin él. Antes de subir el primer escalón volvió a mirarle. De repente toda la magia desapareció. Ese maravilloso y colorido salón volvió a oscurecerse.
– Ahí hay alguien – dijo señalando a la ventana, completamente aterrada, observando como una negra silueta, se alejaba de la ventana y corría entre la oscuridad. Javier se levantó rápidamente y corrió hacia la ventana.
– ¿Le has visto? – preguntó Marga acercándose, abrazándole por la espalda, mientras él seguía mirando como su voyeur se metía en la casa – ¿quién es?
– creo que Dani – dijo asustado, observando la figura obesa de su primo que corría hacia su casa
– estamos perdidos. Dani es un bocazas. Seguro que lo suelta
– no lo soltar. Yo me encargo. Ahora vete a dormir. Mañana será otro día.
El miedo y el rubor apagaron las luces de su cuerpo, y subió a su habitación temerosa otra vez.
Ninguno pudo dormir, y, por un momento, ambos se olvidaron de sus amantes para pensar solo en sus cónyuges.  Marga se tumbó de espaldas al cuerpo desnudo de Carlos, y lloró en silencio. Amaba a Javier como nunca había amado a nadie, pero quería a Carlos como nunca podría querer tampoco a nadie. Por primera vez tuvo miedo de perderle. Y perderle sería… perder todo, incluido Javier.
Lejos quedó todo el placer recibido. Ahora solo había miedo… y fue ahí donde comprendió la verdad de esa frase hecha que decía que del placer al dolor solo hay un paso.

 

10 comentarios

  1. espectacular josa. ¿nos diras al final de la historia quienes son esos dos en la vida real? es tan real que seguro que lo es (me ha salido un juego de palabras)

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  2. El mejor capitulo? Que dificil de decidir porque cada capitulo que leo me parece mejor pero te pediria josa que los calmaras un poquito. Por la salud mental de todos, incluido yo

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  3. Como siempre enganchadita me tiene y mira que voy con atraso pero me es imposible encontrar mi momento para los capitulos de Marga y Javier. Pues cuando los leo me gusta disfrutar de ellos y me gusta leer los con una musiquita especial y meterme en los sentimientos de los dos y la verdad es una pasada. Marga parecía una mujer diferente, una persona sin miedos, dispuesta a disfrutar de un momento íntimo que ambos sabían que nunca después podrían olvidar… est frase me ha gustado mucho al igual que
    Ninguno pudo dormir, y, por un momento, ambos se olvidaron de sus amantes para pensar solo en sus cónyuges. Marga se tumbó de espaldas al cuerpo desnudo de Carlos, y lloró en silencio. Amaba a Javier como nunca había amado a nadie, pero quería a Carlos como nunca podría querer tampoco a nadie. Por primera vez tuvo miedo de perderle. Y perderle sería… perder todo, incluido Javier.
    Estupendo y como siempre la intriga a ver quie ha sido el fisgón de la ventana si es que siempre hay ojos que ven.

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