LOS AMANTES: CAP 37: OLORES QUE MATAN

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De nuevo en aquel piso de la playa que le habían dejado. Fue allí donde lo hicieron por primera vez, donde se abrazaron por fin, donde se besaron y donde pudieron moldear en barro y carne todo aquello que habían estado amasando tan solo en su imaginación durante muchos meses.
Hacer el amor con esa mujer se había convertido en algo necesario para Javier. No sabía muy bien si todo seguía siendo un juego juvenil, como fue al principio, o era algo más. Cuando miraba a a esa mujer, mientras hacían el amor, veía en ella algo que le gustaba demasiado, algo que, incluso, llegaba a asustarle. ¿Sería amor? – se preguntaba él mismo. Lo que sí tenía claro era que no podía permitirse el lujo de bajar de ese sueño donde tan bien se encontraba.
Para Marga todo era diferente. Su mundo era diferente, los colores eran diferentes, y hasta ella misma era diferente. Era como si no llegara a conocerse a sí misma, como si no dejara de sorprenderse ante la mujer que el espejo le mostraba día tras día. Y estar con él se había convertido en algo tan necesario como el aire que respiraba. Pasar un solo día sin él era un suplicio, y no solo mental, sino también físico. Si su cuerpo no estaba pegado al suyo, si la saliva alcalina de Javier se borraba de sus labios Marga sentía una sed desértica, de esas que no puedes saciar y ante la que te sientes morir…
De nuevo una mañana entera para él, y, de nuevo, una nueva mañana sin acudir al trabajo. Si su jefe se encontrara un día con Carlos todo se descubriría porque Carlos se sorprendería de esas supuestas jaquecas ante las que los galenos se veían incapacitados para descubrir su misterioso origen.
A pesar de que esa cama fue la primera donde Marga sintió a Javier dentro de sí, no terminaba de gustarle. Era la cama de un amigo, y nunca Javier tenía el cuidado de cubrirla con sábanas, por lo que siempre hacían el amor sobre el edredón o directamente sobre el colchón, lo que a ella le molestaba. Ese día decidió hacerlo en la ducha. La primera vez que lo hicieron allí, en ese piso, Marga pensó en esa ducha de amplia mampara de cristal que tan sexy le pareció.
Cuando Marga llegó él ya estaba esperándole, como siempre, casi desnudo, leyendo de ese libro extraño y con esa libreta que siempre llevaba a su lado.
Ella se desnudó, como a él le gustaba, dejándose observar por él y viendo cómo su excitación se hacía más intensa. Eso le encantaba… Al principio siempre se sentía un poco extraña, desnudándose para él, pero cuando veía su cara de excitación y cómo otras partes de su cuerpo se alegraban del espectáculo todo se hacía más ameno y sensual.
Esa mañana decidió no acercarse a esa cama. El verla sin las sábanas, una vez más, casi le puso de mal humor. Besando a Javier, y completamente desnudos, le acercó hasta el baño. Marga, en el baño, sentía cómo crecía su pasión. No obstante, era en la ducha de su casa donde todos los días se acariciaba pensando en él.
Marga, con el agua sobre su cabeza, sentía cómo el agua recorre  por todo su cuerpo, calentándolo más, como si una cascada de aguas y rocas se deslizara por su piel viva. Después cerró los ojos mientras Javier cogía el gel y esparcía sobre sus gigantes manos para no tardar en dibujar espuma sobre su espalda, sus caderas, su vientre, y sobre sus pechos. Allí, con un movimiento lento y circular jugó adrede, divirtiéndose y haciéndola divertir a ella.
Javier sabía lo mucho que le gustaba el agua, y el gel sobre su cuerpo, y comenzó a masajearle la espalda, creando ondas que ampliaban su recorrido, sobre media espalda, sobre sus costillas, bajando de nuevo por su espalda hasta llegar a sus glúteos, donde apretaba mientras ella se deleitaba de espaldas a él, pegando su cuerpo al cristal completamente mojado y sintiendo cómo sus dedos masajeaban todo su cuerpo. Echándose más gel en las manos Javier pegó su cuerpo al de Marga, dejando que pudiera notarle enérgico y poderoso,  mientras sus manos ya paseaban por su vientre, clavando sus dedos, y formando círculos más grandes hasta llegar a sus pechos, que están tan vigorosos como él mismo.
Marga se sintió morir entre el calor del vapor generado por el agua y por el de su propio cuerpo. Sentir el aliento de Javier sobre su cuello le hacía volver loca, sentir sus manos en sus pechos también, pero nada comparado con ese ambiente húmedo y caliente y con el cuerpo varonil pegado a su espalda, intentando abrirse paso por unas piernas que tenía que abrir cuanto antes.
Marga se creyó morir recibiendo los latigazos de placer de las yemas de los dedos de su amante que empiezan a hurgar por todos los rincones escondidos de su cuerpo, pero que él ya conoce como ella misma. Una de sus manos sigue jugando con su pecho mientras los dedos de la otra ya se dirigen por el canal de sus nalgas a la búsqueda de esa puerta donde todo comience.
Marga, completamente fuera de sí, envestida por el toro salvaje de ese vapor que casi la ciega, echó sus glúteos hacia atrás para permitir que esos dedos llegaran a su objetivo cuanto antes. Javier pegó su cuerpo mojado contra el de ella y su excitación se hace más fuerte y más peligrosa.
De pronto, casi sin esperarlo, Javier ya estaba dentro de ella y ambos comenzaron a danzar lentamente mientras los gemidos se mezclaban con el ensordecedor sonido del agua cayendo sobre sus cuerpos. Los dos, con miedo a resbalar, fijaronn bien sus pies sobre el suelo resbaladizo de la ducha, y el acto se hizo más intenso que nunca.
Sin darse la vuelta en ningún momento, y disfrutando como nunca del arte del amor del que ese hombre era todo un catedrático,  Marga abrió bien sus piernas apoyando las manos contra la mampara demostrándole que su entrega era ya total.
Esa mujer era un manantial de excitación, como el agua que los cubría, y ambos disfrutaron de un sexo que duró más de lo esperado y que, por consiguiente, disfrutaron más de lo soñado nunca.
Mientras el agua corría y corría por sus cuerpos, mezclándose con sus propios fluidos y sudores, él la cogía con fuerza por las caderas haciendo que el movimiento circular fuera más intenso y más penetrante… El saber que en cualquier momento podría resbalar hacía todo más intenso, más carnal, y ambos disfrutaban del otro olvidando su propio cuerpo…
 
Ya en la cama, aún mojados, y echados sobre el edredón, Marga y Javier se miraban, intentando grabar todos esos sonidos que habían recibido en esa ducha mágica. Entonces ella, admirando una belleza en él que no había visto nunca, le hizo una pregunta que ni ella misma supo bien cómo había hecho.
¿Que si eres guapa? – respondió Javier, pensativo, acariciando uno de los senos de Marga, mientras ella le miraba aletargada aún de un placer que nunca le abandonaba. Javier pensó y calló. Esa pregunta se la había hecho él mismo muchas veces, pero ni siquiera ella se atrevió nunca antes a hacerla en medio de uno de esos momentos íntimos que tanto disfrutaron escondidos en esas mañanas donde el tiempo sólo se detenía para ellos dos.  Tampoco se lo preguntó nunca después de sus duelos alcalinos, cuando ambos quedaban exhaustos y se decían todo eso que no eran capaces de hacer en otra situación, o en otro lugar, simplemente porque resultaba fuera de lugar, e incluso un poquito cursi. Pero, ahora que alguien le había hecho la pregunta se atrevió por fin a responderla… Ahora podía decirlo.
Marga no era una mujer excesivamente guapa, a pesar de parecerlo. Al menos no era una de esas ante las que no queda otra que volverse para remirarla al pasar junto a ella por la calle. Tampoco tenía un cuerpo espectacular, de grandes curvas y senos turgentes, pero sí era de esas mujeres que sabían jugar con su ropa y que hacían que a hombres y mujeres les gustara… ¡Y mucho!
Y todo por ese olor… Ese olor que era capaz de redibujarla, mostrándola madura como un sabroso fruto, y fresca y lozana como ese tallo verde que brotaba en la primavera. Y es que Marga olía tan bien que sería digna de la envidia de todas las flores, si éstas tuvieran esa capacidad tan humana.
Pero ¿cómo iba nadie a saber eso si ni ella misma era capaz de saber a lo que olía su cuerpo?
Su olor no era nada ficticio, aunque en ocasiones – más de las que él mismo quisiera – lo engalanara y disimulara con cremas demasiado caras y con perfumes demasiado sofisticados. Su olor provenía de su aura y, por lo tanto, la hacía más hermosa cuanto más se era capaz de apreciar esas esencias ocultas que la hacían hija directa de la beldad. Al no saberlo ni ella misma, tampoco fue nunca capaz de exhibirlo, presumirlo, o hacerlo valer ante los demás.
Era sólo él quien había trabajado una tesis completa, especializada en ella, en los olores que emanaba, en sus esencias primigenias y en todo lo que comunicaban. Y después de tantos duelos perpetradores de ella, e impregnándose de sus esencias diferentes, fue capaz de unir todas y hacerla solo una. Una esencia a la que llamó, simplemente, Margarita.
Si alguien le hubiera preguntado por el número de lunares que Marga tenía sobre su mentón, nunca habría sido capaz de responder con certeza. A pesar de ser  bastante visibles.  Incluso el color de sus ojos le haría dudar entre el marrón o el negro… y hasta el de su pelo, que si bien era oscuro, él podía recordarlo con manchas más claras.
En cambio su olor era inimitable, perdurable en el tiempo, y parecía grabado en él a fuego.   Después de muchos días en común, llegó a ser capaz de reconocer, a través de él, todas sus sensaciones, sus pensamientos más íntimos, sus sueños… incluso esa propia vida que quisiera ocultarle y guardarla para sí sola.
Solo con alimentar el olfato con sus efluvios corporales podía sentir su dolor, su excitación, su desasosiego, incluso su felicidad… También su desdicha. La felicidad era, sin duda, la que olía mejor, junto a la de la excitación… ¡y esa era irresistible! Y ese mágico olor del que alimentó cuerpo y alma durante más de una decena de mañanas borrachas y bohemias cambió en esa extraña noche en la casa rural y que aún hoy no había podido olvidar.
Sus fragancias, otrora etéreas, llegaron a la cama metamorfoseadas en hedores casi monstruosos, incluso con colmillos que se claveteaban en su piel como si fuera un ataúd a punto de cerrarse para siempre. Así se sintió él… como esa caja de pino donde a partir de ese día descansarían los restos de un amor que había dejado de ser hermoso y, sobre todo, compartido y fiel.
Fue un momento terrible, insoportable por el dolor que brotó a través de su alma, y cercano a una muerte en la que nunca pensó hasta entonces. Y se sintió morir… y sentirse morir era morir por vez primera.
Mirándola mientras recibía esos efluvios corporales que delataban una infidelidad aberrante intentó jugar al engaño consigo mismo… Pero no pudo hacerlo. Ese olor sonaba más fuerte que esas palabras que ella ocultaba inmersa en un extraño silencio. Por eso prefirió callar… ¿Cómo decirle que era el animal más hermoso que sus ojos le habían mostrado jamás de cerca?
Al principio él mismo intentó disimular esa extraña sensación que flotaba por el ambiente de la alcoba. Ella le miraba de manera extraña, como solía hacer los últimos días, como si hubiera algo más, algo que ambos sabían, pero que ninguno se atrevía a mencionar.
Él, mirándola y admirando de su espléndida desnudez vestida de olores,  recordó el momento mágico de sus llegadas a la habitación. Él, siempre igual,  esperándola con un libro entre las manos, sintiendo que todo ese deseo con el que la anduvo esperando desaparecía, y ocupando su lugar se quedaba un extraño desasosiego que nunca antes había convivido con él. ¿A qué olía esa habitación? – se preguntó convulso mientras la observaba quitándose unas ropas extrañas – ¿A traición? ¿A pasión? ¿Simplemente a morbo? ¿A amor, quizás?
Sentada en el banco situado frente al espejo se quitó los zapatos con largo tacón. Esos zapatos que no le gustaban y que últimamente se ponía casi a diario porque sabía que a él le hacían volver loco.
Mirándola desnuda, oliéndola, recordó cómo, después, se quitó el jersey celeste que se apretaba a su cuerpo, con generoso escote que dibujaba unos senos con los que no podía dejar de soñar. Debajo llevaba un sujetador negro, pequeño… tanto que no podía mantener bajo su dominio esas turgencias descaradas y manchadas de lunares. Con un suave chasquido de dedos consiguió desabrochar el pantalón beige que también se ajustaba a sus caderas como si fueran unos leotardos. Con dificultad los bajó, arrastrando con ellos unas bragas negras que no tardó en subir para cubrir una piel que tanto le gustaba admirar. A través del espejo la vio hermosa como siempre, pero diferente. No era solo el olor… También su cuerpo parecía otro distinto ese día.
-¿Que si eres guapa? – le preguntó Javier – besándola en los labios suavemente, como si sus labios fueran dos fresas recién cogidas y lavadas – creo que no se puede ser más hermosa. Eres como la Venus de Botticelli. Pareces recién nacida para mí, recién llegada, recién recogida… Nunca vi a nadie tan hermoso desnudo, y nunca olí a nadie que oliera tan a ti
-¿y a qué huelo? – preguntó ella, totalmente emocionada al sentir esa mirada penetrante que estaba atravesándola por completo
– ¿sabes? Acabo de darme cuenta que la belleza no solo se puede ver, también se puede oler
– creo que me estoy enamorando de ti, Javier – dijo Marga, acariciando el mentón de ese hombre que la hacía volver loca tan solo con su mirada
– ¿sí? – preguntó él, asustado, acobardado, sin saber qué decirle y levantándose para coger un cigarro del bolsillo de su pantalón.
De repente, con el humo del cigarro, todos esos olores casi mágicos se alejaron de allí, escapando por la ventana, mientras Javier entraba en el baño y Marga lloraba bajo las sábanas.
Había olores que mataban… Al igual que muchos silencios.

13 comentarios

  1. Sus fragancias, otrora etéreas, llegaron a la cama metamorfoseadas en hedores casi monstruosos, incluso con colmillos que se claveteaban en su piel como si fuera un ataúd a punto de cerrarse para siempre. Así se sintió él… como esa caja de pino donde a partir de ese día descansarían los restos de un amor que había dejado de ser hermoso y, sobre todo, compartido y fiel.
    Fue un momento terrible, insoportable por el dolor que brotó a través de su alma, y cercano a una muerte en la que nunca pensó hasta entonces. Y se sintió morir… y sentirse morir era morir por vez primera.
    ME ENCANTAAAAAAAA

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  2. estoy cien por mil con Gus Abrazala, besala y dila que la quieres con locura, que no puedes dejar a tu esposa pero que la amas tambien y que es el actual amor de tu vida. Dila que la quieres. diselo Javier no seas cobarde. ES lo que esperamos

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    • creo que Javier las preguntas directas no le van.marga sal de esta relación ….si por esta pregunta se levanta y no dice nada .no imagino como reaccionaria en momentos más decisivos .bueno si .corriendo.es más creo que ya está acelerando el paso.
      a mi no me sorprende Javier .y eso que tenía muchas esperanzas en el . pero vamos peor que yo lo llevará marga.

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  3. pues a mi me parece que la mujer siempre termina igual, es decir apelando a los sentimientos y olvidando que ella misma lo que quiere es sexo. Bien por Javier y bien por Marga

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  4. ¿A qué olía esa habitación? – se preguntó convulso mientras la observaba quitándose unas ropas extrañas – ¿A traición? ¿A pasión? ¿Simplemente a morbo? ¿A amor, quizás?. Yo pienso que para Javier la habitaión olia a traición y por eso le pilló desprevenido que Marga le declarase que ella ya estaba eramorada de él.

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