LOS AMANTES: CAP 57: LEJOS QUEDA EL VERANO

telefono-movil-con-pantalla-grande_17-827081244El viento estaba cambiando. También había anochecido antes, y hasta el destello de las estrellas iba apagándose, alejándose… perdiéndose. Esa noche era extraña… Al menos, no llovió como decían que pasaría. El único cambio con respecto a los días anteriores fue la aparición de un extraño viento,  que hizo que descendiera la temperatura, aunque el calor seguía acompañando a unos cuerpos sedientos de aguas saladas. Inmersa en un desmedido baño de placeres pasados recuperó momentos de ese breve verano que jamás olvidaría, y que a punto estaba de finalizar. En la cama era imposible no sentir ese aire pesado y húmedo que entraba por la ventana, mezclándose con ese añorado aliento que aún descansaba en sus boca, pero que iba alejándose poco a poco. Sus cuerpos aletargados habían ido adquiriendo la pátina sudorosa que los recubría cada vez que terminaban de hacer el amor, y sus pieles permanecían húmedas como sus labios cuando bebían de esa hiel prohibida de millones de esencias naturales. Tumbados junto a unos cuerpos dormidos se dejaban llevar por una noche que preludiaba tristeza y melancolía. Por suerte esos cuerpos dormidos junto a ellos eran incapaces de presagiar – o siquiera intuir – el motivo de su insomnio. Esa noche – ambos lo sabían, tumbados en camas separadas y lejanas – no tendrían uno de esos finales en los que se despojaban de sus ropas, de sus escrúpulos y finalmente de todas sus inhibiciones. Se fue el verano, y con él volvieron a separarse, una vez más… Ya eran muchas, pero esa última vez que aún recordaban, sería la definitiva, tal y como se habían prometido. Ambos la recordaban tristemente. Para Javier había sido todo frío, lejano, casi chabacano… y eso le hizo sentir extrañamente mejor. Era como si hubiera sentido desplomarse el peso que cargaba sobre sus hombros.

En cambio para ella había sido tan frío como terrorífico. Varias horas después, llorando en  su lado de la cama, deseaba haber actuado de otra manera, y haberse despedido como ese hombre merecía. Qué lejos quedaba ya esa partida de ajedrez donde todo empezó, y esa casa rural, y ese piso prestado, y ese pequeño hotel donde se vieron por vez primera. Pero el verano estaba aún presente en ellos, y con él todas sus eléctricas y alcalinas sensaciones, tatuadas en sus pieles. Ya hacía tiempo que andaba con la decisión tomada, pero no estaba segura de poder llevarla a cabo. Marga siempre había sido débil ¡Con lo que le costó dejar de fumar!. Pensando en ello recordó la de veces que se engañó a sí misma, diciendo siempre que sería al día siguiente cuando lo dejaría definitivamente. Y así estuvo casi un año.

Pero esta vez todo era diferente. Ya se lo había jurado muchas veces – y no sólo a ella – y hasta se había estado concienciando a diario, preparándose para saber recibir ese terrible dolor que ya siempre le acompañaría. Además, ya empezaba a notarse el bebé dentro de su barriga, y tenía que hacerlo, sobre todo, por él. Primero – recordaba inmersa en la melancolía y la excitación – dijeron que esa vez, en casa de Marga, aprovechando que Carlos y Esther habían salido a hacer la compra para la barbacoa, sería la última, conscientes de que empezaban a perder la cordura que siempre les había acompañado, en parte gracias a ella. No  fue la última. La siguiente también sería la última, y la siguiente, y la otra… No fueron muchos los encuentros carnales que habían tenido, pero sí fueron suficientes por su intensidad. En sus viejas camas los recordaban noche tras noche, proyectando en el techo de la habitación unos bailes prohibidos que ni ellos mismos creían capaces de seguir.

Obligados a soportar ausencias tan tortuosas como melancólicas, ambos lloraban mientras el manto estrellado se iba rodeando de un halo menos caluroso. Inmersos en la melancolía de esos primeros días de un septiembre que no se atrevía a expulsar al antiguo inquilino, comprendieron que cualquier tipo de resistencia resultaba inútil. De hecho, sus cuerpos habían reaccionado ante la nueva realidad antes que sus mentes, prisionera aún de viejos placeres que habían resucitado y que no querían volver a morir. La decisión había sido tomada, y querían cumplir con su palabra dada, pero sus cuerpos vivían en otra ciudad distinta a la de su raciocinio… incluso en otro mundo. Ese cielo pesado y cubierto, próximo a sus cabezas como una amenaza, y ese aire que preludiaba una tormenta eléctrica, hacía una mella en ellos difícil de explicar. De ahí esa funesta tristeza que no les abandonaba ni de día ni de noche. Pero era allí, de noche, cuando más se recordaban, cuando más se dolían, y cuando más se amaban. Habían sido tantos días de playa, de sol, de agua, de vermouth, de miradas furtivas, de mensajes telefónicos, de besos a escondidas, de roces inesperados pero provocados, e incluso de relaciones físicas más allá de lo imaginado, que no podían creer que realmente todo fuera a terminar a partir de ese día en el que se habían despedido.

Todas esas mágicas sensaciones seguían sobre sus pieles y no habían pasado aún al libro del recuerdo.  Sus pensamientos y su ánimo eran incapaces de armonizar tanta turbulencia, viva aún. No vivían lejos, pero una simple carretera hizo que fueran capaces de mantenerse lejos. Al menos físicamente porque su recuerdo estaba allí, más presente cada noche que pasaban sin ellos, alejándoles de un pasado y acercándoles a un futuro que, tarde o temprano, llegaría. Eso es precisamente lo malo – o lo bueno – del futuro. Que siempre llega… inexorablemente. ¿Cómo olvidar algo inolvidable? – era la pregunta que les atormentaba, sobre todo a una enamorada Marga – ¿Cómo renunciar al cielo en vida? ¿cómo alejar una piel que ya necesita contactar para evitar la más nefasta de las deshidrataciones? ¿cómo decir que no volverá a besar unos labios para los que no había cura, ni método de desintoxicación? ¿cómo verle y no amarle? ¿cómo no desearle?…  Atrás quedó esa preciosa piel azuleada por el tinte del mar, rosada por el contraste con el sol, y, finalmente oscura, pero siempre suave, tersa, e invitadora de miles y un pecados.

Durante todo el verano se bañaron siempre juntos, uno al lado del otro, sobre unas orillas calmadas, nadando con posturas inarmónicas pero terriblemente seductoras. Y esas tardes desaparecieron ya. Ese verano ya les había acercado mucho… quizás demasiado, y no podían permitirse más encuentros. Eso significaría el fin de todo, y ellos no podían permitirlo. ¡Jamás! Por suerte aprendieron a seguir amándose desde la distancia. Desde muy lejos… a pesar de estar muy cerca. No acercarse más. Ese era su acuerdo – no sabían si tácito. Lo que sí sabían, y de sobra,  era que sus despertares lo cumplían diariamente. En camio sus sueños eran proscritos, forajidos al margen de la ley, pero sin vergüenzas por estar alejados de cualquier norma, sin miedos, sin reproches por alejar los acuerdos establecidos… Y allí, alejados del ser amado, huyendo del perfume que tanto les atraía, se decían de olvidar todo… ¿y cómo se hacía eso? Ambos estaban inmersos en una guerra que iban venciendo batalla a batalla.  Y llegaba, por fin esa próxima batalla, y estaban seguros de que la volverían a vencer, y además sin víctimas. En su guerra no había otro arma que una mirada… porque su guerra no era otra que hacer el amor…  Lo malo es que en toda guerra siempre hay víctimas colaterales. En esa ocasión, esas víctimas colaterales, se habían convertido en todo lo contrario, y se aprovecharían, por su inmediatez y cercanía, en gracias o suertes colaterales.

Esa noche Carlos y Esther recibieron un placer tan desconocido como inesperado.  Javier y Marga estaban electrificados, y todas sus armas y municiones fueron a parar a las personas que estaban en el lugar adecuado en el momento adecuado… aunque la guerra no fuera con ellos. O si… Qui lo Ça?

 

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10 comentarios

  1. se fue la pasión. Ahora vienen los reproches. Yo siempre pensé que Javier estaba más enamorado que Marga. Sigo pensando que ella solo quería a Javier por el sexo, en cambio él se queda más pillado que ella

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  2. qué dices? tú has leido los ultimso capitulos? si es asi comprobarás que la pobre Marga actúa como haría cualquier mujer que sabe que el tiempo ha llegado. El hombre puede seguir una y otra vez, sin pensar en otra cosa que no sea el mismo y su ……… pero Marga piensa en su amiga, en su marido, en su hijo, y sobre todo en ella. ESo tiene que acabar porque si y punto. A ver si leemos mejor

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