Cuando ella apareció – y se quedó – se prometió a sí mismo no prometerle a ella nada. Ni amor eterno, ni compromisos, ni siquiera reprocidad…
Él solo quiso que el día a día fuera siempre alegre, que día a día sintiera que la quería – así, sin más.
Él sólo quería que ella sintiera que nunca le iba a fallar, que siempre estaría allí para ella.
Él sólo quería que ella supiera que pensar en ella, mirarla, y vivirla, era el mayor de los regalos.
Él sólo le prometió que iría descubriéndole poco a poco, como tienen que descubrirse los tesoros.
Él sólo quería dibujar el mundo para ella, y hacer que ella quisiera recorrerlo a su lado.
Él sólo le prometió que nunca le diría cosas que no sintiera… Que no exageraría, que no mentiría…
Él sólo quería que fuera ella quien le descubriera, y no tener que explicárselo siempre…
Él sólo quería dejar de escribirle un día – solo un día – y plasmar en el papel de su cuerpo todo lo que siempre sentía al imaginarse a su lado…
Él sólo quería que un día ella aceptara bailar con él, le mirara y le sonriera… Y que cuando se marchara de su lado se dijera para sí:
¡¡¡Aquí están pasando cosas!!! ¡Y vaya cosas están pasando!

muy bueno ese final
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