Esa noche lo entendió. Esa noche supo por fin de ese sabor no probado pero tantas veces oído. Esa mañana despertó impregnado aún en la miel con la que los amantes hacen esa luna tan bella en esa noche tan especial donde todo empieza y nada termina. Ahí lo supo… Después de esa miel no podía haber un final ya, así que dijo:
¡¡¡GRACIAS!!!
ELA
Ela era una niña eterna, una de esas mujeres que aunque despertaba todo tipo de placeres en los ojos de los hombres, los apagaba con el hermoso don que poseía aunque ella misma desconociera su existencia.
Él siempre había presenciado de lejos el espectáculo de su belleza, pero un día, mirándola mucho más de cerca -quizás demasiado- descubrió ese don en el que antes no había reparado, aun sabiendo que siempre había estado allí.
Ela tenía el don de dibujar siempre una sonrisa en la cara… Y no hablo de la suya, sino en la mía.