Te besé y acaricié sólo al verte aparecer, y empecé a perder el control una vez más, dibujando de fantasías animadas eso que aún podía llamar realidad. Por fin se alejaban esos fantasmas pasados, y ahora eras tú el centro de mi vida, de mi presente, y – ojalá – de mi futuro incierto. Me acerqué a ti aprovechando que nadie más había en aquel pasillo, te cogí del hombro, y me decidí a decírtelo. Por eso te besé, porque cuando me pongo nervioso no soy capaz de articular palabra. No había otra intención que decirte que eras la mujer más hermosa que mis ojos habían visto jamás. Fue tu “hostia” en mi cara la que me hizo comprender que también eras la más fuerte, y tu desdén posterior el que me hizo ver que también eras la más rencorosa de todas las mujeres que jamás había conocido.
BESOS QUE NUNCA DEBIERON SALIR DE AQUELLA BOCA
Anuncios