– ¿Papá te consideras una persona feliz del uno al diez? – me sorprendió mi hija con una pregunta ¿trampa?
– soy una persona feliz, sí
– pero ¿del uno al diez? ¿cuánto?
– ¿del uno al diez?
– sí, del uno al diez
– pues no sé… Depende
– A ver papá, que no es tan difícil… ¿Eres una persona feliz, sí o no?
– sí, cariño, sí lo soy
– ¿Y del uno al diez?
– pero es que eso es difícil de decir, creo
– no lo es papá. Mira yo. Yo ahora soy feliz, y soy feliz diez – me dijo enseñándome esa dentadura que parecía el dibujo de una cordillera irregular
– A ver, déjame pensar un poco ¿vale? Déjame cerrar los ojos y te digo
– vale, pero te cuento hasta diez. Uno, dos, tres…
Al cerrar los ojos lo primero que me vino a la mente fue su voz de niña, y cuando aún no iba por el cinco recordé el tono de la mía en mi propia infancia. Después, pegada a ella, vino la de mi mamá, y la de mi papá, y la de mis hermanos, y la de mi padrino, la de mis tíos, la de mis primos, la de mis maestros…
– ¡Diez! – irrumpió su voz mi pequeño sueño – tienes que contestar. Abre los ojos ya
– está bien – dije sonriendo
– ¿cómo de feliz eres del uno al diez, papi?
– diez, cariño… Diez – le contesté abrazándola, aún con el sonido pegado a mis ojos acuosos de aquellas voces tan amables de mi infancia…
Moraleja:
La gente triste es aquella que no guarda en su memoria fotogramas de una infancia feliz…
Recuérdalo ahora que aún estás a tiempo de dejar a tus hij@s la mejor de las herencias: su infancia.
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