Cuando era muy, muy joven – estaba en el instituto aún – se le ocurrió darme la espalda, como si así fuera a librarse de mí… ¡Pobre ingenua!
Ella me dio la espalda, y yo, sin pensarlo dos veces, y como muchacho educado que era, no dudé en quedármela.
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AY LA INMACULADA
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