
Era la primera vez que ese chico estaba a solas con ella, su compañera de clase de primero de bachillerato, esa chica por la que “bebía los vientos” desde que estaban en el colegio. Por fin se había atrevido a pedirle una cita, y ella había accedido… Y, al parecer, encantada como él.
Con el poco dinero que le había dado su madre la invitó a un menú whopper, y en esa misma hamburguesería le declaró su amor. No fue una sorpresa para ella, pero sí lo fue la manera en la que se lo dijo, y, sobre todo, el brillo que había en esos ojos mientras manifestaba algo tan secreto y tan hermoso. Fue entonces cuando comprendió que a ella también le había gustado siempre él. Durante unas horas, aprovechando que podían rellenar el vaso de bebida cada vez que querían, hablaron de lo divino y de lo humano, haciendo que todo pareciera tan natural como ese soleado día que les acompañaba. Al salir de la hamburguesería, entre risas y confidencias, la llevó al parque donde jugaban de niños, y la invitó a bailar con la música de su móvil de fondo. Ella sonrió, pero no pudo mas que aceptar. El baile fue un tanto ridículo, es verdad, pero terminó gustándole ese abrazo cálido, ese aliento ameno, y esa mirada nerviosa y tímida, que cada segundo que pasaba se hacía más animal. En mitad del baile ella le sonrió y le dijo quesi podía hacerle una pregunta. Él asintió, y ella le preguntó qué haría con ella si le diera permiso para hacer con ella lo que él quisiera. Él se quedó en silencio un solo segundo, la miró, y le preguntó: “¿lo que quiera?” A lo que ella contestó: “lo que quieras”. Él sonrió un poco, y después soltó una leve carcajada que ella no acertó a comprender. Entonces ella le preguntó por el motivo de esa risa, y él, disculpándose cortésmente, le contestó que esa pregunta tenía trampa. Después volvió a sonreír. Le guiñó y siguieron bailando.
Ella no entendía bien qué quería decir con eso de la trampa, y por eso le volvió a hacer la misma pregunta, esta vez sonriendo también. El joven, temeroso de enfadarla, contestó sin un atisbo de sonrisa en su rostro, diciéndole que él solo podría hacerle una cosa: justo la que ella le pidiera… Nada más… Y nada menos. Ella seguía sin entender, y le pregunto qué haría entonces en caso de que ella no le pidiera nada, y no le diera permiso para hacerle nada. Él volvió a sonreír, y le explicó que, en ese caso, nada le haría. Entonces ella inquirió: “¿Y te quedarías quieto? ¿Me dejarías ir? A lo que él contestó con un sincero y seco “por supuesto” Entonces le dijo que ella le gustaba tanto que cualquier deseo de ella no solo sería una orden para él, como siempre se había dicho, sino el más bonito de todos sus propios deseos… Él, que había soñado con ser el sueño de ella alguna vez, empezaba a creer que, por fin, pudiera hacerse realidad. Pero ella seguía sin entender bien qué quería decirle, a lo que le volvió a preguntar si nada le haría en caso de no darle permiso…
-Cariño – le repitió el joven, cogiendo su mano y llevándola a su barbilla – llevo tanto tiempo enamorado de ti que haría cualquier cosa que tú me pidieras… ¡Cualquiera! Y, por ende, nunca haría nada que supiera que tú no quisieras que te hiciera… ¡Nada! ¿Qué ganaría yo con eso? ¿Perderte cuando por fin te he conseguido? A mí no me compensaría hacerte nada que tú no quisieras que te hiciera… Yo solo quiero hacerte lo que tú desees que te haga.
Fue entonces cuando ella comprendió el verdadero motivo del amor, que no es otro que el de dar sin pedir nada a cambio, y el de luchar a capa y espada por conseguir que el ser amado sea feliz, incluso por encima de uno mismo.
Ella lo comprendió allí mismo, en ese justo momento… Él, por lo visto, lo tenía muy claro tiempo ha.
nota: un hombre no tiene derecho alguno sobre una mujer. Es ella la única legisladora de sus sueños, de sus deseos, y de todos y cada uno de sus derechos.