…LO PINTAS TÚ

Esta mañana me he despertado muy pronto, quizás demasiado. Al asomarme a la ventana te he descubierto sola, en mitad de la oscuridad,  caminando dulcemente, intentando no hacer ruido, e intentado también vencer la batalla. Al principio pensé no decirte nada, pero esto no puedo detenerlo en la noche olvidada… Demasiadas cosas quedan ahí siempre.
Estabas vestida como siempre te ven mis ojos, pero yo te veía desnuda – como siempre también terminan viéndote, a pesar de tus trajes. Llevabas en la mano derecha un pincel de color apagado y en la izquierda un bote mal tapado por el que salían extraños destellos de luz. Desde mi ventana observaba cómo caminabas por la calle abajo, en dirección al campo que delimita la ciudad. De pronto te subiste a una escalera que no llevabas y comenzaste a elevarte hasta llegar a lo más alto de un muro que tampoco antes pude ver. Allí, haciendo equilibrio, te pusiste a dibujar en el cielo manchado de tul negro.
Lo siento, querida, pero esto tiene que saberlo todo el mundo… Sé que quisieras que fuera nuestro secreto…
¿Eres tú quién pinta el sol todas las mañanas?
¿Solo para mí?
¿Para todos?
 
¡Lo sabía!
Gracias.

7 comentarios

  1. cuando leo estas cosas no puedo dejar de sentir una envidia increible. Ojala alguien pudiera verme asi, con esos ojos que tu ves a esa mujer. Que suerte tiene

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  2. Había iniciado ese viaje con la intención de olvidar. Olvidar años de discusiones interminables, de eternas peleas donde ella, inevitablemente siempre salía perdiendo. Unas veces el labio partido, otras con un ojo morado y la cara cruzada por un bofetón. Los problemas se incrementaron cuando inició los trámites de divorcio. Una sentencia que no llegaba, órdenes de alejamiento que no se cumplían y la amenaza constante del timbre en la puerta, de la llamada telefónica tras la cual siempre encontraba su voz amenazadora. El viaje en el barco había sido un intento de huída. Disfrutar unas últimas vacaciones para no regresar jamás. Siete días, siete días en los que se había olvidado de él, de las palizas y de todo aquello que le había llevado a embarcarse. Había pedido su liquidación y había reservado una suite en el crucero en que ahora estaba. Siete días de diversión en los que disfrutó placeres que creía olvidados. Mañana a estas horas el barco habrá llegado, sin mí, -pensó-. Apoyada en la baranda de popa se fijó en la estela de espuma que se perdía en la noche y que pronto sería su tumba. ¿Cuánto tardaría en caer? Dos, quizás tres segundos. Un golpe seco contra el agua sería un romántico final. Se inclinó hacia adelante y sintió por un instante el vacío en su estómago. Un momento, un segundo antes de que una fuerte presión en sus tobillos interrumpiera su carrera hacia la muerte. Unos brazos fuertes tiraron de ella para devolverla a la seguridad de la cubierta. No quiso mirar a su salvador. Solamente dijo un imperceptible, “Gracias pero no debería haberme salvado”. Entonces él habló y su voz le sonó familiar, tremendamente familiar. “Lo siento”, -le dijo-. “Siento todo lo que te he hecho pasar, todo lo que te he hecho sufrir. Me enteré de tu viaje y te seguí. Nadie sabe que estoy aquí. He pensado mucho viéndote reír, viéndote sentirte joven y feliz. A partir de ahora, tu vida va a ser distinta. Te lo juro”.

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