LOS AMANTES: CAP 51: CERRAR LA PUERTA

wpid-PhotoArt_11142012220148.jpgEl fin de semana en Barcelona había hecho más daño en el interior de Marga de lo que hubiera imaginado en un principio. Fue al volver cuando descubrió que estaba perdidamente enamorada de ese hombre, y que tenía que huir de él antes de que fuera demasiado tarde… Si no lo era ya.
Durante toda la semana no había otra cosa en su cabeza que esa larga noche en esa lujosa cama del hotel, los sensuales baños que compartieron en la bañera, esas duchas prolongadas, y todos y cada uno de los duelos convividos y compartidos.
Ni en casa, ni en el trabajo, ni en ningún otro sitio podía estar sin pensar en él, sin llorar, y sin poder evitar esa dulce y terrible nostalgia. Era como esa niña pequeña a la que no dejan bañarse, y tiene que esperar bajo la sombrilla, observando el disfrute de los demás. Y Marga estaba sufriendo como nunca. Todo el placer y la pasión vivida hasta entonces había pasado a ser un auténtico suplicio. Antes, pensar en él era motivo de alegría, de sueños, de nervios, y, sobre todo, de expectación. Ahora, pensar en él era caos, sufrimiento, dolor… y tristeza por amarle tanto y no poder estar con él a todas horas. Pero Marga sabía que el momento de decir adiós había llegado. Como tanto temía, su relación con Javier había llegado a un punto de no retorno. O estaba con él – con todas las consecuencias – o no estaba con él – con todas también.
El embarazo de Esther y Javier había cogido a todos por sorpresa, pero si alguien estaba tan sorprendida como enfadada, esa era sin duda Marga, y disimularlo fue algo costoso. Marga nunca había sabido sonreír sin ganas. A ella se le notaba cuando algo era forzado, y nunca había sido capaz de disimular su tristeza o su malestar con algo o con alguien.
Para celebrar el embarazo, Carlos y Marga fueron a casa de Esther en cuanto supieron que estaba ya en casa. Tenían que llevarle muchos regalos que le habían comprado en una sola tarde. Al llegar todo fueron abrazos, besos, y sonrisas cómplices… algunas también forzadas. Esther estaba loca de felicidad, y Carlos también por ella. Mirándoles le parecieron dos cínicos, sobre todo él. Ella nunca había querido tener hijos, pero Esther era así. En cambio, no podía comprender que su marido estuviera tan emocionado con la idea de la maternidad de su amiga cuando nunca le habían gustado los niños. Y es que Carlos no es que estuviera contento… Más bien parecía loco de felicidad, e incluso gritaba abrazado a su amiga, como si fuera casi un milagro que llevaran esperando toda su vida. Todo eso superaba a una Marga que deseaba ver al fin a ese hombre que la estaba volviendo loca.
Marga no podía evitarlo. Se sentía en una fiesta y en un entierro. Su mejor amiga, casi su hermana, estaba embarazada, algo de lo que habían hablado tantas veces cuando niñas, y siempre diciendo que la una sería la madrina del bebé de la otra. Pero ese embarazo significaba también que lo suyo con Javier terminaba para siempre, y antes de lo que ella misma había previsto. Aún faltaban un par de semanas de verano, y ese embarazo había precipitado todo.
Javier estaba extraño. No decía nada, y actuaba como un fantasma, evitando mirar a Marga en todo momento. Marga estaba molesta con él por no habérselo dicho cuando estuvieron juntos en Barcelona, en ese maravilloso hotel y en esa mágica noche que jamás podría ya olvidar.
– Lo siento – se disculpó Javier rápidamente, adentrándose en su despacho – tengo mucho trabajo pendiente, así que os dejo con Esther.
Marga le siguió con la mirada. Llevaba puesto ese tejano que tan bien le quedaba y esa camiseta de tirantes, que hacía que su cuerpo se dibujara más atlético y fibroso. Sí, lo volvió a desear, a pesar de su enfado.
– Está muy liado con su trabajo. Tiene que entregar la semana que viene ya
– ¿ya ha terminado? – preguntó Carlos – ¿y de qué va?
– no tengo ni idea. A mí no me deja ver nada nunca porque sabe que no me suele gustar.
Aprovechando la algarabía del momento se quedaron a cenar con Esther, que estaba tan ilusionada como no podía recordarla. Para ella, que ya estaba convencida de que no podría ser madre, había sido la mayor alegría de su vida, y a partir de ahora tendría que cuidarse mucho, dejar de viajar, e incluso dejar de trabajar. Lo suyo era eso que llamaban embarazo de alto riesgo.
Durante toda la cena Javier no salió de su despacho.  Marga no dejaba de mirar esa escalera que conducía al piso superior, y donde él estaría trabajando, deseando subir y hablar con él.
Necesitaba hablar con él. También miraba la puerta de ese gimnasio donde hicieron el amor hacía poco tiempo, y donde se moría por volver a entrar.
Reuniendo valor, y aprovechando que Carlos estaba en el baño de abajo, subió arriba con la excusas de utilizar el otro baño de la casa. Al caminar por el pasillo no pudo resistir la tentación de abrir la puerta del despacho.
A punto estaba de hacerlo cuando fue el propio Javier quien abrió, la cogió de la mano, y la hizo entrar. Al fin estaban a solas, el uno frente al otro, y Marga volvió a disfrutar de su belleza.
– ¿Por qué no me dijiste nada, Javier?
– porque no sabía nada. Para mí ha sido tanta sorpresa como para ti. Te lo aseguro.
La mirada de ese hombre era tan fuerte y tan atractiva que le hacía perder la fuerza hasta en sus rodillas, estando a punto de caer al suelo
– pero tenías que habérmelo dicho tú – dijo ella otra vez, mientras Javier intentaba besarla
– no podía. Le prometí a Esther que dejaría que fuera ella quien lo hiciera. Sé que te ha molestado, y lo siento, pero se lo prometí
– también le prometiste que nunca la engañarías
– eso no se lo prometí nunca. Como ella tampoco a mí – dijo sonriendo, acercándose a ella, y cogiéndole la mano con delicadeza – lo siento mucho
– y yo  – dijo muy seria – esto tiene que terminar aquí ¿lo sabes no?
– lo sé, claro que lo sé. Tarde o temprano esto tenía que terminar. Ambos lo sabíamos
– sí, pero así…
– Marga, tenemos que hablar. Tenemos que quedar una última vez y hablar tranquilamente
– ¿tú crees? – dijo muy seria, conteniendo el dique de sus lágrimas – yo creo que mejor dejarlo
– sí, tenemos que hablar y vernos una última vez
– ¿una última? – preguntó con una lágrima asomando por su ojo izquierdo – ya lo tienes decidido ¿no?
– ¿decidido? – preguntó él, secando la lágrima de su ojo con una ternura exquisita. Marga, al mirarle a los ojos vio el amor que tanto había pedido… Ese hombre estaba enamorado de ella, como ella lo estaba de él, y ahora lo tenía más claro que nunca
– cariño – volvió a decirle, secando las lágrimas con ayuda de su dedo – yo no tengo nada decidido, pero…
– hay cosas que uno tiene que hacer ¿verdad?
– no lo sé. Hablemos con calma otro día ¿vale? ¿qué tal mañana?
– sí  – dijo ella mientras él la besaba en los labios. Ella intentó abrir la boca, pero él se separó, abrió la puerta, y la invitó a salir. Marga no podía creerlo, ese hombre estaba echándola de su vida así, como el que echa a un perro de su casa.
– Lo siento Marga, tengo mucho trabajo
– ¿no vas a bajar con nosotros? – preguntó ella, deseosa de él
– no puedo, de veras. El plazo ha cumplido… Tengo que entregar esta semana sí o sí
– pero ¿no tienes ni un ratito? Te deseo tanto… Y tengo tantas ganas de mirarte
– lo siento. No puede ser. Adiós – le dijo, cerrando la puerta.
Llorando, bajó las escaleras y, como pudo, aguantó el chaparrón. Entre lágrimas escondidas y vestidas de sonrisa escuchó a su amiga, sus proyectos, sus sueños, y, sobre todo, la maravillosa vida que le esperaba junto a su Javier. Fue en ese terrible momento cuando comprendió que su vida había cambiado, y que – ya nunca – volvería a ser igual. Ante sí solo podía ver esa puerta que Javier acababa de cerrar frente a sus  narices… Y se sintió morir.

5 comentarios

  1. ¿se puede pedir un final? si es así me gustaría que acabara bien, que cada uno acabara con su pareja de antes pero que ellos siempre estuvieran juntos desde la distancia, es decir que no dejaran de sentir eso pero sé que es difícil porque la pasión se va siempre

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