EL EXTRAÑO MARIDO (relato macabro)

Las cosas que son maravillosas a veces cambian sin que uno sepa bien el porqué. Éramos una pareja feliz. Es verdad que no parecíamos los más enamorados del mundo, porque no lo éramos, pero nos iba bien a la manera de cada uno. Él me pedía unas cosas y yo otras, y la mayoría de las veces las satisfacíamos. Éramos dos personas felices, independientes, cada uno con su trabajo y sus amigos, y toda esa felicidad se multiplicó cuando supimos de mi embarazo. Todo parecía flotar por entonces en las aguas de la tranquilidad. Y hablando de agua: casi en el momento en el que yo rompí aguas nuestro matrimonio empezó a hacerlas también. Fue cuando volvimos del hospital cuando supe que mi marido no quería tocarme, que algo había cambiado en él. Al principio pensé que sería por eso de la cuarentena, y lo respetaba, pero ya había pasado casi medio año, y él seguía alejado de mí, sin ganas de acercarse lo más mínimo. Pero no fue eso lo peor de todo. Lo peor fue ver cómo también dejó de acercarse a nuestro bebé, al que apenas hacía caso. Es verdad que ya desde que volvimos del hospital no pareció prestarle la atención que merecía, e incluso nos miraba mal cuando jugaba con él en su cuna, o cuando le decía que se hiciera cargo de él… ¡Actuaba como si aquel niño no fuera suyo! Recuerdo una noche que yo jugaba con mi bebé sobre la alfombra y le descubrí observándonos a escondidas… ¡Estaba llorando y parecía estar maldiciéndole! Se fue rápidamente, creyendo que no le había visto, pero sí que vi aquella cara de asco con la que nos miró mientras lloraba. ¿Por qué nos miró así? ¡No podía entenderlo!

¿Qué le pasaba? ¿Por qué ese asco repentino hacia nosotros? ¿Qué le había hecho aquel precioso bebé que, además, era el fruto de nuestro amor? ¿Por qué nunca jugaba con él? ¿Por qué no lo cogía en brazos? y ¿por qué nunca se acercaba a acurrucarlo en su cunita, ni le apetecía salir con nosotros a pasear? Es verdad que nunca había sido el hombre más romántico del mundo, pero no podía entender aquella frialdad y distancia. ¿Qué le habíamos hecho? Por un momento llegué a pensar que imaginara que aquel bebé fuera de Javier, mi compañero de trabajo, ese que siempre le había hecho sentir celoso. Es verdad también que siempre había intentado tener una relación conmigo, y que me acosaba en la oficina… Incluso una vez se atrevió a besarme, pero yo nunca estuve interesada, ni le permití nada. ¡Yo amaba a mi marido! Y más en ese momento en el que teníamos a ese precioso bebé.

Juro que puse todo de mi parte para que todo cambiara. Intenté hablar con él, acercarle el bebé, pero por más que lo hacía, él se alejaba y me pedía por favor que no le hiciera partícipe de aquello… ¿De aquello? ¡Aquello era su hijo! Por desgracia no conseguí hacerle cambiar y reconozco que finalmente me rendí. Me dijo que no podía más, que no podía vivir así, y que necesitábamos ayuda o me abandonaría. ¿Ayuda? Ayuda necesitaba él, no yo. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había cambiado tanto? ¿Por qué nos odiaba así? ¡Dios mío, era su propio hijo! Si tenía toda su cara…

Empecé a no sentirme segura en casa. Nos espiaba en todo momento, y le escuchaba hablar de nosotros por teléfono. Hablaba de mí como solo puede hacerlo alguien que te odia, y seguía sin entenderlo… ¿Por qué? Aun así volví a intentarlo. Yo le quería, y quería que volviera a ser el de antes, pero él no estaba dispuesto a ceder. El muy cretino llegó a echarle la culpa al bebé de nuestro distanciamiento… Y, para colmo, llegó a decirme en mitad de una acalorada discusión que ese niño no era su hijo. ¿Cómo se atrevía? Aquello me empezó a asustar porque no podía fiarme de alguien a quien empecé a temer tras ver en su mirada algo especial, algo parecido al odio… ¿Y si intentaba algo contra mi pequeño para tenerme solo para él?

Por desgracia mis sospechas se hicieron realidad aquella fatídica noche. Aprovechando que el bebé dormía me di una ducha. Al salir y volver al dormitorio el bebé no estaba en su cuna. Corrí a su cama, y tampoco estaba. ¡No había rastro de ninguno de los dos! Corrí como una loca por toda la casa, y cuando bajé al salón allí estaba esperándome con mi niño cogido por las piernas, bocabajo, como si fuera un cachorro de cualquier animal. Por suerte respiraba. El bebé lloraba. Le pedí que no le hiciera daño. Él también lloraba. Me decía que no podía más, y que tenía que hacerlo… que tenía que acabar con aquello esa misma noche.

-¿Acabar con qué? -le grité porque no podía entender nada. Temí lo peor. En sus ojos había rabia, y, por primera vez, vi su auténtica locura. Aquel hombre estaba completamente ido. Sus ojos estaban manchados de sangre, como sus manos temblorosas, y su voz… ¡Dios, aquella voz!

-Lo siento – dijo mientras dejaba caer al bebé al suelo mostrándome el cuchillo que le había clavado. Corrí hacia él como una loca. Ese animal estaba matando a mi bebé, y no podía consentirlo. Con rapidez cogí otro cuchillo que había sobre la mesa y se lo clavé en el hombro. Conseguí empujarle y hacerle caer al suelo. Después pude coger a mi niño, correr al baño de arriba, y encerrarme. Él me persiguió y golpeó la puerta mientras me gritaba y me pedía que abriera. El muy cerdo intentaba persuadirme con una falsa dulzura. Me decía que me quería, que era su vida, y que ese bebé era el culpable de todo, que teníamos que deshacernos de él.

-¿Cómo te atreves? Voy a llamar a la policía -le grité, asustada, abrazada a mi pobre bebé, temiendo que ese loco nos matara a los dos, como, sin duda, quería hacer. Entonces me dijo que ya la había llamado él. No le creía, pero para mi sorpresa escuché unas sirenas acercándose a casa y después a gente subiendo por la escalera hasta la puerta donde estaba encerrada. Desde el otro lado de la puerta les pude escuchar, y me pedían que saliera. No me atreví. No terminaba de creer que fueran realmente ellos. ¿Y si eran amigos suyos? Fue cuando escuché a mi propia hermana, que también estaba allí, pidiéndome que saliera, cuando abrí la puerta. Ante mí, mirándome con asombro, estaba mi hermana, rodeada de policías. Él estaba en el suelo, dolorido, y le estaban vendando el hombro.

-Señora Pérez, tiene usted que acompañarnos a comisaría.

-¿Yo? ¿Por qué yo? Llévense a mi marido. Ha sido él quien ha intentado matar a mi bebé. Miren sus heridas – les dije señalando su linda cabecita. Entonces mi hermana se acercó a mí y los policías me quitaron al bebé con violencia, lo tiraron al suelo, y me esposaron. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podían tratar así a un bebé? Intenté pedir ayuda a mi hermana, que me abrazaba llorando y pidiéndome que me tranquilizara. No entendía nada. Mi bebé estaba en el suelo y nadie parecía hacerle caso. Grité a mi hermana para que recogiera a su sobrino

-¡Carmen, por Dios! -grité a mi hermana-.Coge a tu sobrino del suelo. ¿No ves que está llorando?

-Mari -me dijo con lágrimas en los ojos-, a ver si te enteras ya: mi sobrino, y tu hijo, murió en el parto… Eso es un muñeco… ¿Acaso no lo ves?

-¿Un muñeco? ¡No es un muñeco. Es mi hijo! -grité, mientras la policía me llevaba y ella nos seguía con mi hijo cogido de la mano, golpeando su cabecita contra la pared a cada paso que daba.

12 comentarios

  1. JO, NO ME HAGAS ESTO COMPAÑERO. QUÉ MAL ROLLO. QUE SABES QUE YA MISMO SOMOS PAPIS. QUÉ MAL ROLLO ME HA DADO. TÚ ESCRIBES COSAS MUY BONITAS, NO HAGAS COSAS ASI

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  2. pobre mujer y pobre hombre. Lo estás leyendo y te cae mal el hombre, pero al final te dan pena los dos. Suelen pasar cosas así en la vida. Muy buen relato

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  3. los celos de su marido era para salvarla. ¿quieres decir que los hombres nos hacen mal para salvarnos por nuestro bien? eso es muy machista no crees

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