LA MEJOR PIANISTA DEL MUNDO

RELATO NACIDO EN UN CONCIERTO. ESCUCHANDO A JUAN CARLOS GARVAYO EMPEZARON A APARECER IMÁGENES EXTRAÑAS DE UNA MUJER QUE NO TARDARON EN CONVERTIRSE EN ESTO.
Dedicado al «emperador» por su maravilloso concierto.

wpid-img_59912140714053.jpegMaría estaba más nerviosa de lo que nunca había estado en toda su vida a pesar de que lo que tenía frente a sí no era nada desconocido. Es más, ese objeto negro, de teclas bicolor, era una parte más de su vida, una prolongación más de su propio cuerpo… En definitiva, nada a lo que temer. Lo diferente, esta vez, era el momento, ya que era la primera vez que se tenía que enfrentar a su talento, demostrarlo, y eso era algo que no sabía cómo hacer porque nunca le habían preparado para ello… Todo lo contrario.
Olvidando el momento que le tocaba vivir, y obviando la terrible sensación de responsabilidad, cerró el libro de notas, hizo lo propio con los ojos, puso sus dedos sobre las primeras teclas, posando sólo la punta de las yemas, como le enseñaron, y se dejó llevar… Respiró. Primero una vez, después otra… Otra más, y las notas que allí nacían empezaron a inundar esa sala donde no menos de ocho oídos prestaban atención a todo cuanto de allí saliera.
María, como si estuviera en el salón de su casa, amasó las teclas siguiendo los dictados de esa voz que canturreaba en su interior, y que sólo ella podía escuchar. Como siempre le sucedía cuando oía las primeras notas llegó a ella la primera imagen que inundaba su mente: Era la fotografía en blanco y negro de esa mujer a la que siempre llamó madre, y a la que nunca conoció.
Tocando se imaginaba entre sus brazos, oyendo esa misma melodía salir de sus labios en forma de nana, mientras la mecía emocionada. Era ahí donde empezaba todo… Con esa imagen amable y feliz… Quizás una de las pocas de su vida.
A partir de ahí no tenía mas que dejarse llevar por la música que llegaba a sus oídos antes de tocarla, y que su propio corazón bombeaba por todo su cuerpo, hasta hacer que sus dedos la dibujaban sobre ese teclado blanco y negro.
Todo el miedo del día anterior, de la noche anterior, y de los minutos anteriores a la prueba ya no eran sino pasado, y María sonrió mientras escuchaba las notas que escapaban del piano. Una tras otra le iban dictando la que vendría a continuación, haciéndola sentir libre y tranquila, sabedora de que la música era una parte más de ella, y no algo que tuviera que buscar o encontrar… La música era ella. El piano era ella… Las notas eran ella.
Tocar el piano era su vida. Ella tenía varias vidas, pero ninguna era igual de placentera, de amena, de liberalizadora, y de suya, como estar sentada sobre ese taburete mientras sus dedos peinaban su alma con el sonido de esa música que tan bien le sonaba.
Estar sentada al piano era olvidarse de todo, incluso de ella, que, era realmente lo que quería obviar. Era olvidar su pasado oscuro, pero también era olvidar su claro presente… Tocando el piano podía sentir, sentada a su lado, a esa madre que murió cuando ella nació. Podía sentir cómo la miraba embelesada, orgullosa, y cómo acariciaba su pelo mientras aporreaba las teclas con dulzura. También podía ver a su otro padre, ese que nunca le pegaba, ni le gritaba, ni le comparaba con sus hermanos… Allí, junto a ese piano, su padre la adoraba, y también la acariciaba, y también parecía muy orgulloso de ella, y de su música.
También – y era lo que más le gustaba, casi – podía verse en una playa, vestida con un bañador, y enfrentándose al mar en calma al que siempre temió. Toando el piano se imaginaba sumergiéndose en su agua salada, llegando hasta el fondo y cogiendo una de esas piedras que tantas veces había tirado desde la orilla pero que nunca se había atrevido a coger por culpa de ese no saber nadar.
Tocando el piano se alejaba de aquella habitación oscura donde su padre la encerraba de niña, de esa puerta de madera vieja desde la que sus hermanos se mofaban por el hecho de ser mujer, y no hombre como ellos creían ser.
Pero también, tocando el piano, sentía a sus dos hijas, su mayor tesoro, jugando a su alrededor, gritando, haciendo sus tareas del colegio, jugando con sus muñecas, o merendando esos bocadillos de nocilla que tanto les gustaban.
Cuando ella tocaba la música fluía sin más, sin necesidad de pensar en notas, ni escalas… Las notas se hacían pompas de agua, burbujas que salían del interior del cuerpo, a través de su boca, como si estuviera sumergida en el mar, mirando la superficie soleada desde el azul más profundo… Tocar el piano era todo eso. Por eso ella era pianista, la mejor pianista de su mundo.
Cuando terminó no escuchó el aplauso de sus hijas, que era lo que tanto le gustaba. Allí sólo escuchó un: “gracias María. En un par de horas sabrá nuestra decisión”
Esas dos horas las pasó ella sentada, con su teléfono móvil, viendo fotografías con sus hijas, y viendo fotografías en blanco y negro, mientras los demás pianistas – todos hombres – caminaban de un lado a otro, nerviosos, a la espera del resultado.
wpid-project_14_1803_114924.pngTodos estaban acompañados por alguien. Ella les observaba, reconociendo que en ese momento sí que sentía algo de envidia… Nada le hubiera importado que alguien cercano cogiera su mano en esos momentos.
Uno a uno fueron llamando a los aspirantes a pianista de orquesta. La mayoría salían tristes, casi llorosos, desanimados, como si el mundo se les hubiera caído encima.
Cuando a ella la llamaron, entró en la oscura sala, se colocó junto al piano, y una voz, proveniente de la oscuridad, empezó a hablarle mientras ella comenzaba a descifrar las figuras que iban apareciendo frente a ella
-Pianista número 34 – dijo uno de esos hombres – el jurado ha decidido que usted es una excelente pianista, con grandes virtudes emocionales, con gran sentido musical, pero a lo largo de su interpretación hemos comprobado notables deficiencias técnicas, debidas sin duda a la falta de profesionalidad. ¿Es así?
– ¿así? ¿Así, cómo? – preguntó ella
– ¿a qué se dedica usted? ¿Es pianista profesional? En su informe no viene ningún tipo de currículo
– soy pianista
– ¿dónde ha tocado usted? ¿Para qué público?
– en mi casa… Para mis hijas… Para mi madre… – dijo sonriendo – Para mí
– ¿sólo…?
– ¿sólo…?
– Señora, le damos la enhorabuena pero el puesto no puede ser para usted. Toca usted muy bien, y dispone de un talento natural impresionante, pero no es suficiente. Enhorabuena, pero no es lo que andamos buscando. Necesitamos alguien más profesional. Siga usted trabajando, y muchas gracias
– gracias a ustedes – dijo antes de retirarse.

Ya en su casa todo volvió a la normalidad. Esa prueba era algo que ella misma se debía… A nadie más. Y, como esperaba, había salido todo bien… Más que eso. ¡Les había gustado su manera de tocar…!
Sentada frente al piano que siempre había estado junto a ella, situado en una esquina del pequeño saloncito de su piso, se disponía a tocar de nuevo. Como siempre hacía, miró esa fotografía en blanco y negro de esa madre que murió en su parto, y por la que su padre la culpó siempre. Cogiendo la fotografía, pasando uno de sus dedos por la mejilla de esa mujer, recordó los gritos de su padre, los insultos sin sentido para una niña, e incluso alguna que otra bofetada causada por el excesivo alcohol ingerido… Su padre, víctima de una muerte inesperada, y de no ser capaz de aceptar, pagó siempre con ella esos excesos del alcohol, hasta alejarla para siempre de su cariño.
Ese piano era el legado de su madre, lo único que le habían dejado conservar de ella, y su refugio de niña… Ese piano, abandonado en el sótano de su casa, era el lugar donde ella se escondía y donde pasaba las largas horas de soledad.
Después pensó en el padre de sus hijas, ese ser déspota y salvaje que tanto la humilló, y que tanto daño le hizo también, pero al que supo dejar a tiempo, antes de que acabara con ella…
Y, por último, secando las pocas lágrimas que ya le quedaban, miró alrededor del piano, al suelo limpio de ese saloncito… Allí estaban Belén y Lucía, sus dos tesoros, haciendo sus deberes, tiradas en el suelo, mientras daban cuenta de ese sabroso sándwich de nocilla que, de repente, también le apeteció comer.
Antes de cerrar los ojos para empezar a tocar, y liberarse de ese pasado difícil, recordó su fantástico presente.
¿Que ella no era una auténtica pianista? ¿Que no era la ganadora? ¿Quién decidía eso? ¿Esos jueces? ¿Entenderían ellos que ella era pianista, pero no sólo era pianista?
Ella tocaba el piano, y eso la convertía en pianista como todos esos que allí se presentaron, pero, ante todo, era madre de esas niñas.
wpid-project_15_1803_115355.pngElla tocaba el piano todos los días, todas las tardes, pero siempre rodeada de ellas, dispuesta siempre a darle todo eso que a ella le negaron. Si María tocaba el piano era, no sólo para alegrar su vida, sino también el día a día de sus hijas. Ella tocaba para ellas, para tranquilizarlas si estaban nerviosas, para calmarlas si tenían miedo, para alegrarlas si querían bailar, y para darle todo lo que unas niñas necesitan para ser felices… Cariño.Bastantes desgracias tenían ya por no tener un padre que las quisiera…
Si ella tocaba el piano y su pequeña Lucía tenía que ir al baño, ella dejaba sus notas, y acudía a asearla cuando le gritaba: “mami, mami ¿alguien me limpia?”
Si Belén le decía que no entendía algo, ella dejaba de tocar y se tiraba con ella al suelo, y, juntas, hacían los deberes. Si alguna tenía hambre, ella dejaba de tocar, se levantaba y le hacía un bocadillo, le preparaba la cena, o, simplemente, le daba un vaso de agua… Y todas las noches – todas – cuando se iban a dormir les contaba un cuento, siempre con la puerta abierta, mientras tocaba una dulce serenata…
María Sánchez Quintal era pianista… Sin duda, la mejor pianista que esas niñas conocerían jamás.
María no era pianista, ni siquiera mujer. Ella era piano y notas musicales que volaban hasta el cuerpo de sus hijas para envolverlas en la paz y el amor que todo niño necesita. Sentada al piano olvidaba la derrota sufrida en la batalla contra su niñez, contra su padre, contra su matrimonio, contra sus palizas… Sentada, sabiendo que tocaba para el mejor de los públicos, se sentía vencedora… Se sentía, LA MEJOR PIANISTA DEL MUNDO, esa pianista cuyas notas parecían pompas de agua que volaban para explotar cuando alguna de sus niñas las apuntaba con uno de sus dedos.

¿Fin?

Estas historias no lo tienen nunca

12 comentarios

  1. Qué bonitas cosas has escrito aquí. Estoy de acuerdo en que muchas mujeres que nos encargamos también de nuestros hijos, del hogar, y de todo lo demás, no podemos desarrollarnos como quisiéramos pero nos da igual. Nuestra vida es eso mismo, la vida en sí, y no solo el trabajo o la calle. Me ha encantado Josamotril

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  2. – ¿a qué se dedica usted? ¿Es pianista profesional? En su informe no viene ningún tipo de currículo
    – soy pianista
    – ¿dónde ha tocado usted? ¿Para qué público?
    – en mi casa… Para mis hijas… Para mi madre… – dijo sonriendo – Para mí
    – ¿sólo?
    – ¿sólo…?
    BUENÍSIMO

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  3. estoy de acuerdo con Jose Angel. Qué bonito diálogo, pero deberías haberte explayado más en él, haberle hecho sentir algo de rabia y no tanto pasotismo, tanta desidia. Yo a ese jurado le habria dado para el pelo

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  4. qué bonito relato Josa. Me ha encantado ver a esa mujer. Todas somos algo así. Gracias por plasmarlo tan bien. ESo es el amor a los hijos: no pensar que te roban nada

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  5. No está muy bien escrito pero sí que dejas claras muchas cosas, muchos conceptos básicos de la historia. Me gusta las cosas que dices pero deberías pulir un poco la manera de hacerlo. De todos modos es muy bonito

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