LA FOTO DEL VIEJO PROFESOR

El viejo profesor acumulaba en su vieja pluma algunos suspensos de los que aún no se había podido deshacer, pero guardaba muchos más aprobados en su ya cansada sonrisa. Lo que no perdió nunca – por suerte para él –  fueron esas ganas de observar a sus jóvenes “enseñantes”, esos que cada día le enseñaban algo nuevo, y a los que envidaba por sus terribles ganas de vivir todo y cuanto se cruzara en su camino.
A él, por suerte, aún le quedaba ese cuadro que un día le regalaron. Cada vez que lo miraba la edad no importaba… ¡O sí!
Cada vez que lo miraba, ese cuadro desmenuzaba sus arrugas y volvía a darle brillo a su pelo, y él podía volver a aquel patio de cemento desgastado de aquel instituto costero donde transcurrió la que, sin duda alguna, fue la época más feliz de toda su vida.

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