Cleopatra, perfecto símbolo de la seducción femenina, tenía un perfil acusado al que no le faltaba carácter, y así lo testimonian sus bustos y medallas. Por lo demás, tenemos que limitarnos a imaginar lo que le daba aquel encanto que los antiguos le reconocían unánimemente.
A día de hoy no nos ha llegado ni una sola estatua suya de cuerpo entero, y ningún texto de la época suministra datos preciosos sobre su aspecto físico.
La atracción que ejercía sobre su entorno dependía de su carácter, de su delicadez, y especialmente de su voz .
El mismo Plutarco dijo de su voz: “cuyo sonido incluso daba placer, siendo como un instrumento de muchas cuerdas que ella tocaba con facilidad”.
También dijo: “sus palabras eran tan amables que era imposible no quedar prendado… La dulzura y la gracia natural de su conversación parecía que dejaban un aguijón clavado en el ánimo”.
Lo que sí se sabe es que le gustaba adornarse con joyas preciosas y adoraba las perlas… al igual que César.
La serpiente está indisolublemente ligada a la historia de Cleopatra: atributo de Isis, el ureo adornaba también la diadema del faraón. Posteriormente confundida con la serpiente maléfica de la biblia, haría de Cleopatra una digna hija de Eva la pecadora.